Los recuerdos me acechan [Niniel/Libre]

Cuando entro en el aula vacía, no se que me ha llevado hasta allí. La sorda desesperación que llevo días cargando a la espalda como una maldita cruz, quizá. Llevo unas cuantas horas ayudando en la reconstrucción y por un momento quiero huir de todos los recuerdos y las miradas de lástima que me dirigen algunos. Me enerva esa conmiseración que parece salir de los ojos de muchos, pero a la vez recuerdo que soy sólo un chico menor que la mayoría y sé que les asusta el cambio que ha ocurrido en mi personalidad desde unos meses atrás. Ni una sola sonrisa verdadera ha salido de mis labios desde aquella noche y sé que se me ha ido agriando el carácter hasta llegar a un extremo donde no hay vuelta atrás. Pero no estoy en Hogwarts para ver recuerdos de Colin y su cámara fotográfica y su gran sonrisa en cada rincón... Se supone que debo ser más fuerte.

Pero llega un momento en el que me doy cuenta de que no lo soy.  Me apetece refugiarme allí porque no hay peligro de que nadie llegue, ni me descubra sentado contra la pared, contra los puños apretados, conteniendo todas esas emociones, siendo la furia la más fuerte y la tristeza la más desconsoladora. Los recuerdos de Colin llevan días acechándome y sé que eso no se suponía que iba a pasar. Cuando yo regresara a Hogwarts las cosas iban a ser diferentes, iban a ser mucho más fáciles. Pero está el caso de que no lo son. Cuando siento caer la primera lágrima en meses, sé que me he estado guardando un montón de sentimientos pensando que puedo hacer algo por mejorar el mundo para que no haya más muertos como Colin ni más guerras por motivos estúpidos. A veces pienso que puedo hacerlo y a veces, al contrario, recuerdo que sólo soy un chico.

Cuando veo a una chica, a la que no he visto nunca, empujar la puerta del aula vacía en la que estoy refugiado, me apresuro a limpiarme las lágrimas con el dorso de la mano. Por alguna razón, no quiero que nadie me vea llorar, ni en ese estado. Con alivio, compruebo que nunca he visto a la chica,

—¿Qué haces aquí? —casi, ladro, pero al momento comprendo que esta no era la intención—. Lo siento... lo siento... no quería alzar la voz... —murmuro.

Mi mano se movía aletargada sobre el papel, lenta y sumisa como yo siempre estaba, con ese lápiz entre mis dedos que dibujaba algo, que dibujaba algo en ese libro que tenía al lado de mis ojos, de esos ojos pertenecientes a esa muñeca de cabeza tirada sobra la mesa que era yo. Había comenzado con los niños de mi última clase, o eso quería dibujar, eso realmente quería dibujar antes de que todo se torciera, antes de que temblando me dibujara ahí como una niña más; en la pieza obscura, de ventanas tapadas, paredes sucias y camas oxidadas. La puerta derruida nos mira desde el fondo, ninguna quiere acercarse, ninguna quiera estar cerca de ella; todas nos apretamos contra la pared, esperando y llorando sin hablar... esperando que cuando entraran eligieran a otra, que por favor aligeran a otra esa vez, que por favor no me volvieran a tomar a mi como habían hecha la última noche.... Vienen los pasos, los pasos ya vienen; mi cuerpo se retuerce solo, ya lo siento, me cuesta respirar y los pasos ya vienen...

Abro mis ojos, pasos me hacen volver a esa mesa; mi mano tiembla, no quiero mirar, no quiero mirar pero lo hago; veo aquel recuerdo gravado en el papel, aquel momento en el cual me convertían en esta muñeca sin alma, aquel momento donde solo abusaban de mí. Mi garganta me aprieta, las manos llevo a mi rostro; ganas de maldecir se me vienen, ganas de maldecir y gritarlo todo, de culparlo a todos por hacerme eso y dejarme así, ni siquiera en mis dibujos libre de los recuerdos, de esos asfixiantes recuerdos.

Arranco aquella hoja del libro, me paro; dos lagrimas recorren cada una de mis mejillas formando cuatro y algo me recorre por dentro como electricidad, lucho con migo misma, lucho con migo misma para quietar las imágenes de mis ojos y las sensaciones de mi piel. Camino, salgo; lentamente arrugo esa hoja en mi mano, camino y camino para llegar a ese lugar abandonado donde siempre las destruyo como un ritual, como un ritual para intentar liberarme aunque sea un poco.

Llego a la puerta, la abro, hay alguien ahí; me grita, retrocedo un paso, lo miro y lo miro totalmente paralizada, con los casi indistinguibles vestigios de mis cuatro lágrimas en el rostro y mis temblorosas piernas que no se atreven a escapar. Él se disculpa, se ve suave, no como ellos; pero esta ahí, esta ahí y no me deja deshacerme de eso... Pero, pero es que tengo que hacerlo, tengo que hacerlo.

No me veas, por favor no me veas; le digo en una voz casi inaudible. Empuñando esa pelota de papel en mi mano derecha mientras me acerco tratando de no mirarlo hacia la derruida ventana del fondo. Mis cabellos castaños y claros, pasan por los lados de mi rostro y por mi nuca hasta la mitad de mi espalda; mientras que esos ojos llamativamente verdes de mi parecen estar tremendamente tristes, casi como semi cerrados y apagados; tratando de no mirar ni afectarse por el chico de la sala.

—Yo lo siento… —repito sintiéndome torpe por haber sido tan rudo al gritarle—. De verdad…

Examino a la chica sé va hasta la pared del fondo después de pedirme con voz casi inaudible que no la mire. Es cierto que nunca la he visto. Grandes lagrimones adornan su rostro y me siento como un idiota cuando me doy cuenta de que, efectivamente, jamás la he visto. No sé quién es, pero sé que la he asustado, por lo que me pongo en pie limpiándome el resto de las lágrimas con el dorso de la mano, sintiéndome demasiado idiota y me acerco, poco a poco a la chica. Me parece extraña su reacción, pero sé que no quiero asustarla de nuevo.

—Oye, de verdad, siento haberte asustado.

No quiero aproximarme más, pues su comportamiento me parece extraño y quizá hasta patológico. Me pregunto si perdió una parte de si misma en la guerra.

—Vine porque creí que no habría nadie… —empiezo a hablar, sin saber si me escucha o no, pero después de la primera palabra ya me da igual que lo haga—. Simplemente los recuerdos me agobiaron… ¿sabes? Veo a mi hermano en cada lugar al que entro y él murió, ¿sabes? Peleo en una batalla porque quería un estúpido mundo mejor... Ni siquiera sé por qué te estoy contando todo esto, pero… por favor, no te asustes.

Suspiro mientras la veo. Me parece tan frágil al verla allí parada, con esa cara medio asustada, intentando no entablar contacto visual conmigo, que me siento terrible por haberle gritado.

—Soy Dennis Creevey —sigo, intentando reparar el primer error—. De Gryffindor.

¿Porque nunca lo hacen? ¿Porque nunca dejan de escudriñar dentro de mí? ¿No ven que me duele? Me quejo sin decir nada, solo sigo, camino hacia la ventana haciendo como si el no existiera, como si realmente no estuviese ahí, no quería por nada del mundo que tomara mis hilos; no ahora. Insiste en que lo siente, no sé quién es; pero acaso no ve que si lo siente debería dejarme, simplemente dejarme.

Trato de hacer oído omiso a sus palabras, las escucho pero trato de no dejarme tocar por ellas, de no permitir que entren en mí; hasta que... hasta que me habla de él. Me detengo, levanto un poco mi rostro, el cabello me baja un poco por mi espalda y escucho, esta vez escucho. No lo entiendo, mi corazón de pronto golpea mi pecho, me llena con una sensación, una sensación que casi pareciera que me obliga a moverme, a hacer algo. Y es que era distinto, él no me preguntaba como todos, no me estaba pidiendo que sacara eso que me dolía; me estaba contando de él, y eso... no recordaba que me hubiese pasado eso alguna vez desde que llegue aquí, desde que todo paso.

¿También te pasa? ¿También te duelen los recuerdos? Le pregunto de pronto, girándome tal vez con demasiada timidez para poder mirarlo mejor. Y es que estaba harta, harta de que todos quisiesen preguntar por lo que viví o por qué soy así; mientras que el, él no lo hacía, el solo descargaba lo suyo sobre mí. Yo hubiese querido un mundo mejor, un mundo en donde ellos nunca me hubiesen tomado para convertirme en su muñeca. A veces lo gritaba en las noches, me daban ganas de golpearlos a todos, de querer desearle mi destino a otro en vez de a mi incluso y él me hablaba de eso, de un mundo que pudo haber sido mejor con migo.

¿Porque no fue así? ¿Porque no fue así? ¿Porque no me llevaron a mí a un mundo mejor? Le exijo de pronto, tal vez como yo tanto odiaba que me hicieran a mí misma; dándome cuenta de ello cuando de pronto me silencio con mis puños apretados; ahí, simplemente omitiendo el hecho de que me había dicho su nombre.

"¿También te pasa? ¿También te duelen los recuerdos?" Es lo que me pregunta cuando alza los ojos hacia mí y me ve con aquellos ojos grandes que tiene. En ese momento, comprendo que los dos entramos a aquella aula vacía por razones, si no iguales, sí similares. Los dos tenemos recuerdos que quizá queremos olvidar y no podemos. Y para que negarlo: apesta.

—Sí —respondo después de tomar una bocanada de aire—, sí me duelen. —Levanto la mano lentamente hasta que ésta llega a mi corazón y me señalo allí—. Me duele aquí —murmuro, ya sin saber si hago bien en contarle aquello a aquella chiquilla rara que me mira y parece tener mi edad—. Me duelen todo el tiempo. Después de todo, mi hermano no merecía morir. Quería ser fotógrafo y darme un estúpido mundo mejor. Lo único que me consiguió fue un mundo donde el está muerto.

Sé lo digo precisamente porque, como es una completa desconocida, no tiene porque sentir lástima por mi. Me da igual lo que piense, porque quizá ella paso por horrores mucho peores y yo ni siquiera me molesto en preguntarle. Si lo quiere decir ya explotara eventualmente, como yo.

—No conozco ningún mundo mejor —respondo cuando la veo apretar los puños de aquella manera—. Aquí al menos ya no hay guerra. Pero la guerra no tardará en volver si la gente sigue viviendo en sus estúpidos prejuicios. Aquí no hay un mundo mejor... —mi voz se quiebra en un punto y me hace terriblemente consiente de lo que llevo viviendo desde aquel día y como mi anhelo de un mundo mágico sin guerra se convirtió en una obsesión que no puedo controlar—. Aquí los recuerdos duelen. Y para eso no hay cura

Si, si me duelen. Algo me hacen esas palabras, lo miro, las reconozco, las siento; y es que era verdad, todo me dolía, todo me hacia sufrir demasiado; todo me amaraba a los recuerdos, a ese lugar y a lo en que ahí me habían convertido. El pone la mano en su corazón, yo tiemblo; le duele, me habla de su hermano, murió y parece que antes había sido feliz; como yo antes de que me tomaran tal vez, y es que.... es que en verdad ya casi ni recordaba como había sido en ese entonces.

¿Qué me pasa? Ya no aguanto más, empuño aun más mis puños, un intento de quejido alcanzo a controlar con dolor en mi garganta. Lloro, lagrimas empiezan a brotar de mis ojos, primero débiles y después algo descontroladas. Los recuerdos duelen, y para eso no hay cura. Me lastima, tenía razón y por eso me lastima; lo que empuñaba en mi mano era la muestra de ello.

No sé qué me pasa, me llevo la mano libre a mi boca; estoy llorando, pero no quiero, no quiero que me vean así; no quería que nadie me viese así, pues ellos me castigaban por hacerlo o me dejaban para apreciarlo como si fuese algo placentero de ver; allá, cuando lloraba desconsolada sin poder hacer nada, sin poder hacer absolutamente nada. Me giro, me voy hacia la pared y me encorvo un poco en ese lugar tratando de contenerme, de contenerme y dejar de llorar. Lo siento... lo siento, no tenias que ver esto, nadie tenía. Ahora era yo la que pedía perdón, ¿Me estaba disculpando por ser una muñeca que sentía? ¿O es que había algo mas, o es que había algo más?

Me sorprende su llanto, porque no estoy preparado para oírlo. Veo como se encorva, se hace pequeña y se disculpa por algo que no tiene ni por qué disculparse. En ese momento no sé que hacer, hasta que me acerco un poco más lentamente a ella. No sé como reaccione si la toco, así que lo evito, de momento.

—Yo... disculpa si lo que dije te hice daño... —musito—. A veces no mido lo que digo, ¿vale?

Alargo mi mano para tocar su hombro, lo hago con delicadeza, porque no sé que va a reaccionar. La toco intentando darle apoyo y decirle que la entiendo. Es la primera persona con la que empatizo realmente, además de Andrómeda y resulta ser una chica deprimida y extraña.

—Oye, yo sé como te duele. Sé que desearías extirparlo de ti, borrarte la memoria —le dijo—. Ojalá yo pudiera hacerlo. Ojalá tu pudieras hacerlo...

Para..., para Niniel. Que no te vean asi, para, para; me paso mi brazo por la cara, me la refriego; aprieto mis labios, mi garganta; los llantos tratan de seguir saliendo, parece que no puedo, los recuerdos vuelven. ¿Porque? Porque me habían tomado a mí, porque había sido tan rápido y porque había sido tan largo después, tan eterno, abusador e invasivo con migo; ¿Porque el mundo permitió que alguien me pudiera hacer eso? ¿Que alguien me dejara así?

Nuevas palabras de disculpa llegan a mi cuando creo que me puedo contener y una mano me toca; un entumecimiento me invade en mi hombro, extendiéndose hasta el borde de mi rostro como algo acido, pero placentero y contenedor de alguna forma. Las lágrimas se comienzan a detener, el dolor se comienza a ir un poco de mi garganta; respiro seca por un instante, me enderezo, levanto mi rostro; pero aun no puedo liberar el puño de mi otra mano.

… Ojala ambos pudiésemos hacerlo, ojala pudiera hacerlo. Me giro hacia él, mirándolo con ese ojos verdes, decaídos y enrojecidos por el llanto. ¿Me ayudas a intentarlo? Aunque, es que nunca funciona, nunca funciona... Abro mi otra mano, intentando estirar entre todos mis temblores aquel dibujo de mi cautiverio que había traído con migo; cortándolo en dos con mis manos cuando lo hago, comenzando a destrozar poco a poco mi mitad con los dedos, ofreciéndole la otra a él; mientras pico y pico sin parar la mía. Lo tengo que hacer, lo tengo que hacer pero nunca funciona siempre vuelven igual; y yo sigo siendo una muñeca.

La veo llorar y siento, que, mas que yo, merece otra vida y otros recuerdos. No me atrevo a preguntar qué es por lo que ha pasado porque tengo el presentimiento de que, una vez que lo haya oído, también querré olvidarlo. Al verla convulsionarse por el llanto, comprendo que, quizá, ella haya sufrido más que yo y me recuerdo por qué hago lo que hago, por qué volví a Hogwarts y porque quiero un mundo sin guerra. Su llanto me lo recuerda.

—Tus recuerdos son quien eres... —murmuro, pero a veces, me digo, todo el mundo desearía cambiar su identidad—, sin ellos no serás nadie. —Y entonces, lentamente, me atrevo a preguntar—: ¿Tan malos son?

Justo después de pronunciar la pregunta ya sé que no quiero oír la respuesta, que me da miedo conocer aquella historia. Me muerdo la lengua cuando me pide ayuda para intentarlo. Si alguien le hace un obliviate, ¿cuánto tiempo le robaría? No sé, y, por un momento, tampoco quiero averiguarlo. Pero cuando veo su rostro manchado de lágrimas, sé que todo aquello que estoy haciendo está bien. Que no importa lo que haya que pagar, por un mundo sin guerra todo está bien.

—Quizá... podría ayudarte —digo lentamente, quizá para calmarla, quizá hablando con la verdad, entonces su manita me ofrece la mitad de un dibujo y veo como lo empieza a romper, así que hago lo mismo, en muchas partes, hasta que me acerco a la ventana—. Mi madre solía decir que a los recuerdos se los lleva el viento —murmuro—, creo que es una vil mentira, pero... quizá funcione contigo. Para que te dejen de doler —y le ofrezco una sonrisa a medias, que es la única sonrisa que tengo desde que Dennis murió.

Nunca funciona, con migo nunca funciona; pero tengo que intentarlo igual. Veo su media sonrisa, y es que intento correspondérsela, es triste pero es una sonrisa al fin y al cabo; cosa que yo no puedo hacer, que me cuesta demasiado hacer; aunque creo que al menos algo logro formar ahí en mis labios de muñeca. Me giro, sigo sus palabras y me acerco a la ventana con aquellos trocitos de papel que había creado; lo espero, espero a que el estire sus manos con migo para liberarlos de una vez al viento; esperando ahí falsamente a que se vallan, a que el viento de este mundo exterior se los llevara lejos de mi aunque fuese por un momento.

Son malos, son una pesadilla que nunca termina, algo que nunca se me despega de la piel desde que me llevaron a un lugar en el cual no quería estar. Al comienzo no quería responderle, no quería decir nada de eso; hacer como si aquella pregunta de él nunca hubiese existido; pero, es que el ya lo había hecho, el ya me había hablado de él y aunque no quería, es que como una muñeca me sentía en la necesidad de corresponderle aunque fuese  con un poco de algo. Y es que ahora, y es que ahora tal vez quería explotar, mi corazón de pronto me dolía latiendo desesperado en mi pecho; pero yo en verdad no quería hablar más, simplemente no quería hablar más, quedándome ante el ahí con mis labios apretados.

Lo siento...

Estiro las manos y dejo que a los pocos pedazos de pergamino que había en mi mano se los lleve volando el viento, esperando que con eso se alivie un poco su dolor. Quizá debería hacer lo mismo: extirparme el recuerdo de Colin de las entrañas y dejarlo marcharse. Pero no quiero hacerlo. Colin es la razón por la cual estoy haciendo todo lo que hago, Colin es el recuerdo tatuado a fuego en mi piel de todo lo que estoy dispuesto a hacer.

—Quizá esta vez sí que funcione... —murmuro, pero ya sin media sonrisa, porque entonces decide hablar y dice algo sobre "un lugar en el que no quería estar" entonces me pregunto qué demonios fue todo lo que sufrió—. Yo... lo siento...

La miro quedarse con los labios apretados, como si no quisiera decir más. Me pregunto qué tan a fuego están marcados sus recuerdos sobre su piel y me da miedo saber la respuesta. Una chica como ella no se merecía lo que sea que le hayan hecho, pero al menos consuela saber que ya no podrán hacérselo nunca más, aunque sea un triste consuelo. Sin embargo, puedo atisbarla y tengo la seguridad de que le hicieron mucho más daño del que aparenta, que no es cerrada y miedosa por naturaleza.

—Por lo que pasaste, lo siento —repito—. No sé qué fue y… no preguntaré pero… al menos quiero decir que lo siento. No merecías lo que sea que te hayan hecho. —Me quedo callado, mirando por la ventana—. Nadie merecía esta guerra… —aprieto los puños, de nuevo enojado por ello, recordando las palabras que repetía siempre Andrómeda, la mujer que me había acogido en su casa—. Pero no habrá ninguna otra guerra. No si puedo evitarlo. Y así la gente ya no tendrá que sufrir…

Los restos de mi recuerdo se van, aquel dibujo de mi cautiverio se va despedazado en el viento; no iba a funcionar, que no iba a funcionar era de lo que estaba segura porque nunca había sido así, porque nunca era así. No podía creerle en eso, pero aun así tenía que hacerlo; aunque fuese para sacarme un poco de ello, aunque supiera que después en la noche me volverían a atacar, que los recuerdos y las sensaciones volverían tras mí para amarrar mi piel.

El vuelve a estar como antes, aquel cambio en sus labios se pierde cuando escucha mis palabras. Es como yo que no puedo sonreír, no ahora que soy una muñeca, no después de haber sido tomada por ellos. Me mira, me mira ahí con mis labios apretados y después me habla. Dice que lo siente, que no necesita saber más, que quiere decirme que lo siente; que yo no lo merecía.

Miro para otro lado, creo que aguanto las palabras, pero al final, al final no puedo. Quiero nuevamente llorar, y es que es cierto, ¿Por qué tuve que a ver sido yo?; siempre llore por lo mismo, porque no quería estar ahí; siempre me enoje porque no quería a ver sido tomada de esa manera, porque me ahogaba a ver sido abusada durante ese no acabar, mientras me convertian en esto, en esta muñeca que ahora esta perdida.

Gracias, gracias por no preguntar más. Le digo cuando logro guardar aquel llanto con una apretón de mi garganta, mirándolo ahí a él con esos ojos míos que ahora se resisten.

Tú no me ordenas cosas. ¿Porque? ¿Porque no lo haces?

Veo irse las hojas de papel y espero que ella sí sienta esa sensación de alivio que debería de sentir yo cada que trato de desterrar a Colin de mi mente. pero al ver su cara y el esfuerzo que hace para contener el llanto, sé que el alivio no ha llegado y tendrá que vivir con sus recuerdos un día más, una semana más, un mes más... Suspiro, pero de todos modos parece haberse liberado de algo, y es cuando oigo su voz decirme gracias. Si no quiere que indage, no indagaré. ¿Qué derecho tengo yo?

Sé cómo es que la gente te trate como una bomba a punto de explotar, que te pregunten cosas que no quieres oír. Llevo estos meses oyendo los típicos "Colin desearía que sonrieras". No. No lo sé. Colin no está aquí para contármelo, para pedírmelo. La primera ppersona que no me dijo aquello fue la señora Tonks y por eso me marché con ella.

-No te preocupes, no preguntaré más... -le digo y después oigo su extraña pregunta, sin embargo, intentando aparentar normalidad, como si no hubiera nada extraño en esa pregunta, le contesto-: No tengo porque darte órdenes. Sólo soy un chico... como tú.

Entonces es cuando viene a mi mente el hecho de que, al parecer, está acostumbrada a recibir órdenes y a obedecerlas instantaneamente. Como si su criterio no tuviera nada que ver.

Yo no soy un chico, soy una muñeca ¿Por eso pregunto?... ¿Por eso siempre pregunto? Termino con un casi inaudible susurro, llevando una mano a mi antebrazo cuando me quedo ahí mirando hacia el suelo sin saber qué hacer, de pronto sin saber qué hacer. Y es que me había desecho del recuerdo por ese momento, pero seguía ahí; con él, con ese el que no me quiere usar, que me habla de él y ante el cual sola no se qué hacer. Si solo me lo dijeran, si solo me dijeran como hacerlo sería mejor; me sentiría mejor, tal vez los recuerdos se irían de verdad por un momento y yo me dejaría de sentir así tan sin nada.

¿He hecho algo mal? ¿Quieres que me valla? Pregunto de pronto levantado mi vista hacia él, empuñando aquella mano de mi brazo en mi pecho; haciendo un esfuerzo en mi garganta porque aun me duele y mirándolo a él con mis ojos verdes. El no había sido malo con migo, prefería que me tomara el a que lo hicieran ellos de nuevo y eso me molestaba, no sé porque me molestaba no saber que quería, el que tal vez no me quería; el que tal vez estaba fallando ante el cómo muñeca y es que dolía; aunque soy muñeca también allá me dolía, me dolía y me perturbaba; mientras que aquí no, aquí pareciera como si pudiera sacarme al menos uno de mis hilos de dolor.

Yo no lo merecía, yo no los merecía a ellos y maldición como me dolía;  como dolía estar en donde me habían tomado porque si, solo porque ellos me habían querido a mí, a mi para su capricho... a mí para su capricho y nada mas...

Abrí los ojos cuando dijo la palabta muñeca. Me pregunté, por enésima vez en aquel momento, qué demonios había sufrido, pero contuve mis ganas de preguntar. Acerqué la mano a su rostro, sin llegar a tocarlo, porque había visto su reacción cuando la había aferrado del hombro y no supe que decir por un momento. El silencio se hizo tan pesado, que, finalmente, escupí las primeras palabras que se me ocurrieron.

—No eres una muñeca —le dije—. Tienes vida... no eres alguien inanimado al que alguien pueda manipular... —escupía las palabras porque no sabía que decirle o si consolarla—. Si alguien lo hizo, estuvo mal, pero no eres una muñeca. Eres una chica. Estás viva... Como yo.

Bajo mi mando, con el inútil presentimiento de que todo eso será inútil. De que Niniel es algo que no puedo comprender, un enigma que no me atrevo a resolver por encontrar algo peor a mis recuerdos. Y sin embargo... lo que sea que haya pasado, no se lo merecía. Se merecía algo más que ser sólo "una muñeca".

—No, no has hecho nada mal —le respondo—. Y puedes quedarte, si quieres. Pero elígelo tú —le digo, creyendo que es algo inútil—, no eres una muñeca a la que alguien pueda manejar, aquí no.

Y sin embargo, me da miedo su reacción.

¡¿Pero entonces que soy?! ¡¿Porque me siento así?! ¿Porque me siento así...? Mi puño se aprieta, mi  brazo tiembla; no puedo controlarlo, me duele la garganta, las lagrimas vuelven a salir y es que no lo entiendo, no me controlo; no me puedo controlar; mi rostro se arruga, mi garganta se aprieta, tapo mis ojos con la manga, lloro, sollozo y lloro sin poder parar.

Me lo habían dicho tantas veces, tantas veces fue que me lo hicieron sentir. No te resistas, ahora eres nuestra muñeca; nuestra muñeca y nada más, una muñeca y nada más...  Lo vez linda, te puedo usar, te puedo mover como una muñeca porque eso es lo que hare de ti, una muñeca y nada mas... Yo que tu lo olvido todo preciosa, yo que tu lo olvido todo para ser obediente y así tal vez dejar de ser una muñeca tan dolida, a veces no me gustan tan dolidas ¿sabes? Mi pequeña muñeca y nada mas...

Pongo mis manos entorno a mi cintura, me la aprieto; me agacho, me agacho y no se porque hablo, no sé porque de pronto hablo como queriendo escupir mis propias entrañas. No ves que eso es lo único que me queda; ellos lo hicieron, ellos me tomaron para convertirme en su muñeca, no me dejaban hacer nada más... Y, ya ni se cuento tiempo me tuvieron allí, cuantos años...

No... Duele mucho, pero es lo único que puedo ser... ¡Es lo único que me queda, es lo único que dejaron! Ser una muñeca, ser una muñeca… Me cuesta respirar, mi garganta suena; no puedo votar el aire, me desespero, no aguanto; creo que grito. Aaaaa Me giro, voy hacia la ventana, quiero que todo se acabe, que todo se acabe de una vez; tropiezo, caigo debajo de esta, me golpeo la cabeza en la pared, algo liquido siento ahí; el aire apenas sale, apenas respiro, atrapada de espalda a esa pared.

—¡Sólo una chica! —le respondí, cortando sus exclamaciones tan desesperada—. ¡Una chica y fuera lo que fuera que te hicieran no te lo merecías! ¡Nadie tenía derecho a hacerte sentir una muñeca sin sentimientos propios! ¡Nadie!

Veo sus lágrimas brotar de sus ojos con desesperación, su rostro arrugarse con un rictus de desesperanza y entonces me doy cuenta por qué temía su reacción. Alguien le ha enseñando a ser una muñeca y se lo ha enseñado tan bien que se encuentra perdida cuando no lo es. Por eso se deja llevar por la demás gente y se encuentra perdida cuando alguien como yo le habla. No sé que es lo que le pasó, pero es lo que me recuerda por qué estoy luchando contra la guerra.

—Puedes ser algo más... —murmuro, cuando vuelve, desesperada, a escupir palabras sobre mí—. Puedes ser lo que tu quieras... Aquí nadie te va a obligar a ser una muñeca si no quieres, nadie debería. Aquí sólo eres tú, Niniel...

La veo tropezar, caer, estamparse contra el frrío suelo y veo como su cabeza colisiona contra algo. Me acerco a ella y me arrodillo y entonces vuelve ese recuerdo: la veo a ella al mismo tiempo que veo a Colin enmedio del Gran Comedor, dormido para siempre. Llevo viendo a Colin en cada rincón desde que volví, llevo oyendo su voz desde ese instante en que lo encontré muerto y desearía poder sacarlo. Desearía poder extipar el recuerdo de mí, olvidarlo para siempre. Pero entonces, me concentro en Niniel, porque ella es la que está allí en ese momento, y un instinto de protección me hace querer protegerla, alejarla de todo aquello por lo que ha pasado.

—Niniel... —murmuro—. No te mereces lo que has pasado.

No sé si me escucha siquiera, pero simplemente hablo.

—No sé que decirte.... pero... —suspiro y el sonido de mi respiración suena pesado y quizá hasta doloroso—. Pero... quiero protegerte. Quiero que un día ya no te duelan los recuerdos como lo hacen ahora... —Entonces noto el líquido que sale de su cuello y me alarmo, saco la varita lo más rápido que puedo, pues sé qué hacer en ese caso y le apunto—. Episkey —murmuro. No sé si se ha detenido la sangre, o si lo he hecho tan bien como la señora Pomfrey.

Un sonido aprieta mis oídos, golpea mi pecho; respiro, el aire me raspa, me cuesta pasarlo, muevo mis hombros para pasarlo; algo me arde en la cabeza, un líquido pasa bajo mi pelo; me mancha, me mancha cayendo hasta mi cuello; apoyo mis palmas en el piso, respiro, me habla; no escucho, no entiendo; me arde más, me duele más; me quiero llevar la mano a la cabeza, no me atrevo, lo miro, asustada con ojos grandes; tiene una varita, me apunta con ella; los veo a ellos, manoteo; ¡Nooo! Grito, manoteo y grito cuando siento a mi cuerpo tensarse, apretarse, dejar de ser mío, dolerme; llenarse de espasmos, llenarse de espasmos que me mueven mientras me hacen sentir todo...

No me puedo mover, escucho su voz, un murmuro; ya viene, ya viene... Un calor cubre mi cabeza, suelto mi respiración, abro mi boca; el ardor se va, ahora queda el calor; el sonido me aprieta menos, golpea mi pecho acabado; el líquido se detiene, creo que poco a poco deja de salir. Lo vuelvo a ver a él, al que estaba con migo en aquel lugar; el que no pide, el que me cuenta de el en vez de mí y esta ahí; mirándome, con una varita mirando a esta torpe muñeca que se habia caido.

Algunas palabras vuelven a mi cabeza; ¡Sólo una chica! ...una muñeca sin sentimientos propios! ¡Nadie! Puedes ser algo más... Aquí sólo eres tú, Niniel... Tiemblo, me llevo las manos de nuevo a mis hombros, me encojo, me encojo ahí junto a la pared bajo la ventana. No sé qué decir, no puedo pensar; sus palabras se me clavan, quiero sé que acabe, que todo lo que siento y no puedo sentir se acabe, que los recuerdos se acaben, que el frio se acabe...

Quiero que se acabe, que se acabe como esperaba al comienzo, cuando aún miraba la ventana de la habitación esperando a que volviera a ser la que me dejaba entrar luz...

No sabía quién era el, no sabía quién era nadie a parte de ellos; pero algo tenia, sus ojos, su rostro, lo que me cuenta, su suspiro; creo que algo tiene a lo cual me siento pegada, algo que no se pero que me hace sentir adherida a ello...

Mis manos tiemblan al ver sus reacciones, al oír sus gritos. Intuyo lo mucho que ha sufrido y también que no lo puedo comparar con mi sufrimiento. Yo perdí a mi familia, pero ella parece haberse perdido a sí misma. Aprieto la mandíbula con fuerza y casi me muerdo la lengua, aprieto los puños, eso es lo que hace la guerra. Por eso no debería de haber guerra nunca más y no me callaría hasta convencer al mundo. En ese momento, la ver a Niniel, decidí que estaba dispuesto a todo lo que hiciera falta para acabar de raíz con todas las guerras. Decidí que, ese sentimiento que se había instalado dentro de mí el momento que había descubierto muerto a Dennis había acabado de cuajarse con ella, que era, quizá, el espectáculo más triste de la guerra que había visto nunca.

Un recuento de los daños que parecía jamás acabar.

—Tranquila… —le digo y me acerco—. Tranquila. Ya sé acabó. Eres libre… —me acerco un poco más, con cautela, intentando no asustarla—. Niniel… —empiezo a hablar, titubeando—, te prometo que, pase lo que pase, nunca volverás a sufrir una guerra. Nunca. Nunca tendrás que volver a ser la muñeca de alguien que te quiere hacer daño.

Eso me inspiraba aquel rostro vulnerable que miraba por la ventana intentando encontrarle sentido a su propia libertad. Protegerla. Decirle que nunca viviría otra guerra. Y hacérselo realidad.

¿Que se acabo? El dice que ya se acabo, sus palabras son tranquilas; pero yo no puedo creerlo, no puedo creerlo y solo hacen que me duela un poco más. No podía a verse acabado con todas las sensaciones y recuerdos que aun se me pegan; y con todo el olvido de como era antes de ellos, de como debería ser. Con un silencioso suspiro es que termino de encoger mis rodillas, apoyando mis manos sobre ellas y mi frente sobre estas últimas cuando lo siento acercarse, simplemente quedándome ahí mientras no me toque; pero dirigiéndole una mirada que observa cuando se acerca.

Yo... yo no sé sobre.... guerra; pero si sobre ellos, los que le hicieron tanto daño a su muñeca para hacerla obediente. Tú...  ¿Tú me puedes ofrecer un lugar donde no me hagan daño acaso? Un lugar donde esta muñeca sea tratada un poco mejor...........

Se me había salido, tal vez se me había salido el alma en ese momento, ahí ante él, ese joven o tal vez niño que me había encontrado; y es que era algo que quería, una de esas cosas que aun como muñeca quería. Ser tomada por alguien que me hiciese menos daño, ser tomada por alguien que me hiciese al menos un poco menos daño, para que así los recuerdos se fueran, para que se fueran al menos un poco. Pero aun así mi cuerpo temblaba, mis brazos se estremecían ante ese pensamiento, ante la idea de ser tomada de nuevo; y es que no sabía, no sabía que querer, como una muñeca ya no me convencía de nada para querer.

Me horroriza lo que me dice, pero es cierto. No le han dejado nada más. Se siente una muñeca y eso es todo lo que le han permitido en ¿cuántos años? No lo sé, no me importa y tampoco quiero saberlo. Porque saberlo conllevaría imaginarlo. Y si algo no quiero es eso: imaginar todo lo que ha sufrido, todo lo que le hicieron una y otra vez.

Doy un paso más. Pum. Y luego otro. Me dirijo hasta ella, hasta quedar a centímetros y, como no puedo hacer nada más, la abrazo. Se lo merece. Quizá no sea un consuelo pero hay algo en ella que me inspira a protegerla.

—Niniel, me gustaría que dejarás de ser una muñeca... —musitó, no sé que decirle además de eso—, pero... —Entierro la cabeza en su cuello, quizá para que no veo las lágrimas que amenazan con salir de mis ojos, la desesperación que me provoca ver la manera en que la han tratado—. Me gustaría verte sonreír. Que seas feliz. Y sí sólo quieres un lugar donde ser tratada mejor... —suspiró y no puedo creer lo que estoy a punto de decir—. Siempre te trataré bien. Te protegeré. Hasta que vuelvas a ser tú misma, no importa el tiempo que pase...

No sé que diga. No sé si le importe. Pero me doy cuenta de que a mí me ha comenzando a importar. Al menos un poco.

El tiempo pasa, no sé cuánto tiempo; pero pasa. Tal vez no es tanto, pero por alguna razón para mi cuerpo si lo es; estando ahí, con mi rostro escondido, esperando a que pase algo, tal vez arrepentida de mis propias palabras de muñeca; es que pasan los segundos y tal vez los minutos en esa obscuridad que podría hacerme algo como allá. De pronto escucho un paso, después otro; abro mis ojos ocultos, por un instante temo, vuelvo ahí; a la habitación sin luz, a la pared donde me apretaba, a los pasos que escuchaba en la escalera tras la agria puerta; a ese grito desesperado para que no me tome a mí, para que no me tome a mi; para que no hile mi cuerpo, para que no pase sus manos por mi piel, para que no me abuse...

Se acerca, mi corazón se hunde, empiezo a gritar en mis entrañas como allá; sus brazos me encierran, me toma; mi respiración se agita, estrujo mis brazos, lo siento, mi piel se mancha, levanto mi cabeza; lo miro con odio, creo que me engaña; exploto, me entumo, grito; lanzo un manotazo, le agarro el brazo con fuerza, se lo aprieto, lo voy a sacar... lo voy a sacar; me habla, me dice que no....

Me dice que no. De pronto no puedo moverme, me detengo; tiemblo, tiemblo y lo miro de nuevo, lo miro de nuevo con ojos ya no de odio, sino que de incomprensión; unos ojos de muñeca perdida llenos de incomprensión. Sus palabras me remueven, pega su rostro a mi cuello; yo no me puedo mover y lo escucho, lo escucho y lo escucho.

Las palabras avanzan, algo me hacen; aprietan mi corazón, cada frase aprieta mi garganta; me hacen llorar, me hacen llorar tristeza, tristeza en vez de desesperación y es que eso... nunca había escuchado eso, que alguien deseara que fuera feliz, que sonriera y se ofrece el a ser quien me tome para eso... Parece sincero, temo que no lo sea; parece sincero, temo que no lo sea.... temo que no lo sea...

Puedes tomarme, si quieres tomarme hazlo, solo hazlo. Suelto de apoco mi mano en su brazo. Aunque... no sé si pueda ser lo que dices...

Le digo llorando, le digo con lagrimas bañando mis mejillas de pronto.

Suelto el abrazo porque siento la tensión. Quitó mi rostro del cuello de la chica y me separó con movimientos brucos, medio a trompicones, como pidiendo permiso para apartarme sin llegar a pedirlo. Hay que ver. A lo que llegamos. Lo dañado que queda uno tras una guerra. Esa herida abierta en el corazón que nunca termina de sanar y que, en mi caso, parece que me deleito echándole sal cada tanto. Para recordar por qué escuece, para recordar por qué estoy en Hogwarts. Para recordar por qué no quiero otra guerra. En el caso de Niniel, la herida está abierta simplemente porque no le queda absolutamente nada más.

—Yo… lo siento… —murmuro.

Estúpida tendencia a disculparme por todo. Maldita sea. Pero no puedo hacer nada más con alguien cuya fragilidad me recuerda a la del más fino cristal. La veo y sólo veo a una chica que no tiene nada en el mundo. Y en serio: rompe el corazón. La veo llorar, la veo suplicar que la tome y no quiero hacerlo. Aprieto los puños hasta hacerme daño con las uñas, hasta enterrármelas en la piel y recordar que estoy vivo.

—Quiero que seas feliz, Niniel —murmuro—. Porque, no importa lo que creas. Te lo mereces. Te mereces ser una muñeca. Te mereces recordar lo que es ser feliz. Lo que es poder sonreír. Tener esperanza… ¿Alguna vez la tuviste, no? —pregunto.

«Y se la arrancaron de cuajo», pienso. No sé cómo lo hicieron, pero me da una mezcla de asco y miedo pensarlo. Así que, quizá, para borrar mis anteriores palabras, empiezo a hablar, deseando que me escuche y que no lo haga. Deseando que deje de ser una muñeca, pero a la vez, preguntándome qué le quedará si deja de serlo.

—Hubo una guerra —empiezo—. ¿Sabes? Gente muy mala mataba gente, o se la llevaba, simplemente. Desaparecían. Morían. Entre ellos estuvieron mis padres, que no cometieron ningún delito más el de habernos traído a mi hermano y a mí al mundo. Cuando llegamos a casa la noche de navidad, sus cuerpos estaban en la sala y todavía había rastros de la magia con la que los habían matado…

Cierro los ojos. Dejo que una lágrima resbale por mi mejilla porque de repente comprendo que si dejo demasiado veneno dentro de mí me voy a pudrir por dentro. Puede que a veces aun parezca el chico que solía ser, pero ya no lo soy.

—Mi hermano prometió que me iba a proteger. Creo que murió por hacerlo…

Extiendo la mano hacia ella.

—Haré lo mismo por ti.

«Y porque no haya guerra. Pero eso no tiene por qué saberlo todo el mundo».

—Te protegeré, no importa lo que tenga que hacer… —le tomó la mano, intento darle calor, pero sé que mi piel está fría. Intento darle confianza, pero intuyo que ha dejado de confiar hace mucho tiempo—. No te harán daño. Nunca más. No si puedo evitarlo.

El se aleja de mí, yo lo dejo; lo miro estupefacta, aun lo miro estupefacta mientras me muevo brusca para dejarlo pasar, brusca al igual que él; casi que viéndome empujada en un único paso que doy hacia atrás. Vuelve a hablarme, a pedirme perdón; a decir que me desea felicidad, que quiere que sonría y que tenga esperanza. Me pregunta si alguna vez la he tenido, eso abre mis ojos y algo me hace, algo me hace...

Y es que al comienzo... al comineo tal vez la tenia. Me agito, algo me duele. Al comienzo creo... creía que la pieza obscura se acabaría, que eso se acabaría; miraba por las fisuras de la ventara tratando ver el lugar donde estaba antes, pero no, nunca cambio. Solo llegaban ellos, solo llegaban ellos para tomarme, para tomarme; convertirme en su muñeca, abusarme, dejarme de vuelta ahí; hacerlo otra vez, hacerlo otra y otra vez...

Son pensamientos, pensamientos que solo saco como un murmullo al final, que no quiero decirle; pensamientos que aprietan mi garganta de nuevo, que arrugan mi rostro y me hacen temblar; ahí mientras escucho lo que sigue, mientras escucho esa historia de él, esa historia de el que no me afecta y me altera al mismo tiempo; escuchándola ahí con esa mirada decaída que apenas podía mantenerse; hasta que la veo... hasta que veo aquella solitaria lagrima de él, esa solitaria lagrima en el tras la cual toma mi mano.

Cuando lo hace yo tiemblo, se siente en mi piel; que se eriza y tiembla tan solo al comenzar el contacto; es la respuesta al miedo de mi cuerpo, al miedo y a la rendición que mi cuerpo aprendió ante cualquiera que lo tocase. Yo aguanto, esta vez trato de aguantar, se nota que me cuesta, que tiemblo, que me enfrió aun mas aunque trato de estar ahí. Es un torbellino de emociones, todo es un maldito torbellino de emociones que me ataca; y quiero que se acabe, que se acabe de una vez, que me deje volver a ser una muñeca de nuevo.

Está bien. Digo sumisa. Si eso es lo que quieres hacer con migo hazlo. Bajo mis ojos, dejo de temblar un poco. Solo se un poco mejor con esta muñeca, es todo lo que pide...

—¡Tienes que recordar a que huele la esperanza! —mi exclamación me sorprende a mi mismo y temo que se asuste o corra lejos de mí, por lo asustada que parece encontrarse—. Tienes que acordarte, aunque sea de manera lejana, a qué demonios sabe la felicidad…

Me la quedó mirando y aprieto los puños de nuevo. No sé cómo reaccionar a su mirada perdida y a su desesperación y lo único que hago es estampar los nudillos contra la pared. Uno después del otro. Levanto la mano, magullada contra la roca, y veo la sangre chorreando de ellos. Un recuerdo de que estoy vivo, de que sigo aquí. De que algo duele en el corazón y no dejará de doler por mucho que lo intente.

Volteo a verla y la oigo hablar. Es una muñeca. Cuando la oigo me convenzo de eso. Su voz resuena en mis oídos porque me hace daño. Porque no quiero que sea una muñeca, pero no sé que más quiere ser. Siento una punzada en el corazón y es así que descubro que me importa. Me acerco otra vez, limpiándome los nudillos destrozados en la túnica, intentando que no se asuste por mi cercanía y le tomó las manos.

—Niniel —empiezo, con los ojos cubiertos de lágrimas—. ¿Ya olvisdaste lo que es el amor?

Y entonces, si tiene que ser de alguien, será mía. Así quizá, pueda enseñarle lo que es ser feliz. Pero me sigue destrozando el corazón. No hay manera humana de que no lo haga.