Drugs, sex, alcohol... you name it, you get it [Dennis Creevey]

Necesitaba aire.

No, necesitaba otra cosa. Lo sentía en mis venas, pidiéndolo. Rogando por una dosis de lo que fuera. Había acabado con la botella de AZT, y mi padre tardaba en enviarme la nueva prescripción.

Dolía. Cada fibra de mi ser, cada pequeña partícula deseaba ese estallido de emoción que podría disolver la cordura por míseros pero maravillosos instantes. Me adentré tras una puerta cualquiera, apoyándome contra la fría pared, apretándome contra ella para intentar no pensar, deteniendo mis pies para que no corrieran escaleras abajo, traspasaran la entrada a mi habitación y volviera a hundirme en mis sueños de pesadillas.

Dios, necesitaba aire...

La gente en Hogwarts está muy mal. Pero mal, nivel.... mal. Hormonas desatadas, dramas, personas que es tan sencillo poner al borde del precipicio y luego aventarlos de un puntapie. Voy pensando en eso, para evitar pensar en otras cosas, cuando me fijo en una figura en las aulas abandonadas. Esos lugares los usan sólo dos tipos de persona: los que van a intentar no morir vírgenes, y los que están jodidos totalmente. Cuando me asomo, me encuentro a alguien que calza perfectamente en el segundo grupo.

Hannah Abbott, solía ser sonriente, retorcerse un par de trenzas en las prácticas del ED y... nada más, no me acuerdo de nada más. Nunca fuimos especialmente cercanos, pero ahora se ve tan diferente y acabada que hasta temo acercarme, pero ya abrí la puerta, ya estoy allí, ya me vio, no puedo huir ahora.

—Hannah —la llamo por su nombre, acercándome y dejandome caer al lado de ella—. ¿Estás bien? —No, por supuesto que no lo está, se ve jodida. Pero dicen que preguntarlo es por cortesía así que allí estoy, siendo cortés.

Casi salto al escuchar mi nombre, encontrando la mirada de Dennis en mi. Dios, debía tener una apariencia terrible seguramente. Me pasé las manos por el cabello, sobre la camisa, como si intentara arreglarme, pero solo lograba verme algo peor. En mi cuello se notaban las marcas oscuras que anuncian lo avanzado de esta enfermedad que me está matando lentamente.

Lo vi sentarse a mi lado, y abrí la boca para hablarle, para intentar mostrar una sonrisa. Pero no pude; en vez de eso moví mi cabeza en forma negativa, y antes de poder detenerme me incliné sobre su hombro y me puse a llorar. Me sentía cansada, aterrada, enferma. Y odiaba saber que sabía una manera, una muy mala manera, de detener todo este dolor al menos por un rato. El problema venía después, cuando la sensación de euforia y adrenalina desaparecían...