Donde habita el olvido || James Sullivan

Vacaciones. Las últimas vacaciones oficiales que tendré, antes de graduarme -sin ninguna clase de honor, después de todo ha sido más bien un año oscuro- y entrar en el mundo real. Tengo seis meses para explotar, seis meses para llevarme todo lo que pueda de ese maldito colegio a mi paso, seis meses... Seis meses. Se dice fácil, pero no se hace tanto. Acabo de pasar por Borgin & Burkes con un paquete de joyas de mi madre. No sabe que se las robé, pero quería averiguar cuáles eran mágicas y cuando valían, ahora, de regreso al Callejón Diagon, llevo una bolsa tintineante de galeones colgada a la cintura. No conseguí vender todo, pero si al menos unas cosas. Nos hemos quedado sin muchas cosas, con la de dinero que nos quitó el ministerio, pero aun tengo recursos.

Ese lugar es el único en el que mi apellido no suelta miradas de desagrado, como si yo fuera culpable de los crímenes de mi padre. Yo no soy un ángel, pero nunca he matado a nadie, nunca he hecho nada de nada que no sea ser yo. Ser una desgraciada no me convierte en una criminal, pero... tal vez... tal vez... tal vez un día lo sea. Pero ahora no. Ahora estoy limpia y tengo seis meses para explotarlo.

Knockturn es ese lugar donde a todo el mundo le importa una mierda quién demonios seas, es como si fueras invisible. Hay demasiada gente en el olvido entre sus callejones, viviendo en sus apartamentos de mierda de los que nadie se acuerda. Pero un día haré que se acuerden de mí. Sí, un día...

Voy pensando en eso cuando choco con una figura y levanto la cabeza, para ver quien es. Alzo las cejas al reconocerlo.

-Vaya, vaya, ¿quién lo diría?

Tres mese habían pasado muy rápido, demasiado. Sin darme cuenta habían pasado los primeros meses, Halloween y ahora estábamos ya en Navidad. Y por tanto, vacaciones. Llevaba ya unos días en casa, descansando al fin del bullicio del colegio. Pero poco a poco empecé a echar de menos el contacto con el aire fresco y con el resto de magos, en especial aquellos que merecían la pena. Por ello decidí salir de casa con dirección al Londres Mágico al que se accedía a través del Caldero Chorreante.

Tres entrar al Callejón Diagon, mi primera parada fue la tienda de artículos del Quiditch, en el que pasé un rato mirando las novedades y encargando cosas que me llevaría después, pues no pensaba ir cargando con bolsas por todo el callejón Diagon. Después de ir a Gringotts y algunas tiendas más, decidí darme una vuelta por los bajos fondos, por el callejón Knockturn. Allí había algunas tiendas que despertaban mi interés, y lo bueno era que si me interesaba por algo que no debía, nadie me lo echaría en cara, porque a nadie le convenía reconocer que había estado allí.

Estaba callejeando de un lado al otro cuandochoqué con alguien, hecho que me sacó de mis pensamientos. Miré hacia arriba y junto al rostro que vi, una voz femenina que conocía. Estaba de frente a mi compañera de clase, Pansy Parkinson, la morena de Slytherin que estaba de muy buen ver -Wow, deberíamos mirar por dónde caminamos -alcé una ceja sonriendo -¿Qué haces por aquí Parkinson? -pregunté con tono de voz relajado.

"Alguien sonríe al verme", es lo primero que pienso, maldita sea, Pansy, tienes sentimientos. Están escondidos, sí, pero los tengo. Ya se lo demostré a Astoria el otro día aunque no entendió o no quiso entender. No me importa. Tengo sentimientos, sí, están tan enterradas que ni yo misma soy capaz de reconocerlos a veces. ¿Por qué...? ¿Por qué? No lo sé, no lo entiendo. Sonrío, un poco reservada, ante Sullivan, no sé que sepa de mí, pero el título de "la puta de Malfoy" ha llegado muy lejos.

Y hasta a las desgraciadas les duele el rechazo, aunque no lo crean.

-Hola, Sullivan... -respondo-. Sólo venía a vender algo... -levanto la bolsa de galeones-. Tenía que deshacerme de cosas familiares.