Alicia [Autonarrado]

Dicen que el sombrerero conoció a Alicia y nunca se pudo olvidar de ella. No recuerdo quién me lo dijo, pero la primera vez que agarré Alicia en el País de las Maravillas sufrí una decepción porque en realidad el Sombrerero no aparecía tanto como me habían prometido. Hoy no sé si ese sombrerero se pudo olvidar de aquella Alicia, pero yo no puedo olvidarme de la mía.

—Parece una niña, Colin, parece una niña —le cuento al lago, pero Colin no me responde. Colin cada vez es menos Colin y más una excusa patética para seguir en este y declararle mi odio al mundo mientras Alicia se interpone y me recuerda lo mucho que se puede sufrir cuando quieres a una persona—; una niña pequeña, sola en el mundo, desgraciada y yo quiero sacarla de esta podredumbre.

Me sale lo bueno cuando no me tiene que salir. De repente ya no sé donde estoy parado, no sé qué pasa. No sé… No sé. No entiendo el mundo en el que estoy parado y de repente soy la pieza que parece unirlo todo. Miro al cielo y lo único que me devuelve es el desesperante infinito de no acabar nunca. ¿Así son nuestras historias? Historias que no acaban y caminan sobre sí mismas una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez.

El calamar gigante no se acerca esta noche. ¿Dónde estará?

—Es una niña y sería mejor que se alejara, porque a Alicia en el País de las Maravillas no le fue bien y este cada vez se asemeja al País de las Pesadillas —suspiro y me miro las manos que tarde o temprano se mancharán de sangre—. ¿No te parece triste? Que esté pensando que algún día me mancharé las manos de sangre y no me importe. Que lo acepte como si nada.

»No soy el Dennis que conociste —continúo—, cambié. Cambie en tantos sentidos que si me volvieras a encontrar no me reconocerías. Por eso espero irme al infierno, que me arrastre el diablo y nunca me deje salir de sus dominios. Para que nunca tengas que enfrentarte que tu muerte creo a un sombrerero sin escrúpulos que se tornó en monstruo apenas pudo.

Pero está Alicia.

Alicia. Alicia. Alicia.
Sé que no te llamas Alicia.
Pero como te pareces a ella.
En un mundo que no entiendes.
Que no aspiras a entender.

Cierro los ojos. De repente me dan ganas de usar lo que me queda para estrellarme contra una pared y acabar con todo lo que está por empezar, irme sin salvar al mundo, sin ser la pieza que lo encaja. Renunciar al mundo, olvidarme de todo. Pero sigo siendo el sombrerero y ella sigue siendo mi Alicia, un papel que más bien le fue impuesto por mí.

Porque Alicia me cautivó al principio y la curiosidad se tornó en deseos de protección.

—Niniel Lemuri… —acarició su nombre con mis labios, la primera vez que me atrevo a pronunciarlo aquella noche—. Niniel Lemuri, ¿quién te protegerá de mí?

Alicia, Alicia, ¿quién te va a proteger del sombrerero?

—Los cuentos no son como nos los contaron, Colin… —suspiro—. Mis padres dicen que están el cielo, pero yo sólo veo estrellas e inmensidad. —No me da miedo convertirme en un monstruo, no me da miedo convertirme en aquello con lo que sueño las noches de pesadillas, no me da miedo nada. He decidido arriesgarme, aventar las cartas y crear con ellas un caos que ni yo entiendo porque nadie me enseñó cómo se juega a la baraja para ganar. Y ha llegado el momento en el que me voy a dejar llevar por el diablo o por la suerte, quien me agarre primero.

Y voy a arrastrar a Alicia a la madriguera conmigo.

Alicia. Alicia.
¿Quién te protegerá de mí?
De lo que soy.
De lo que represento.

La madriguera es muy honda y no tiene salida. No tiene salida, sólo entrada. Y se hunde más en un mundo podrido, donde la Reina es la que decide quien vive y quien muere y los demás estamos a sus órdenes.

—Excepto ella, Colin. Alicia es lo único sobre lo cual la reina nunca llegará.

Quizá por eso es la única pieza que guardé para mí. La única persona con la que puedo ser yo.