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There are better ways to save a life [Autonarrado]
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There are better ways to save a life [Autonarrado]
Recordaba por qué me había metido en los aurores la primera vez. Quería salvar vidas. Quería impedir que más mortífagos le hicieran a otras familias lo que a la mía, quería vengarme, y quería formar parte del nuevo mundo, ayudar a erradicar lo malo de lo bueno para limpiar el mundo y siempre pensé que en el minuto en que empezara oficialmente mi formación de auror, se sentiría bien. Se sentiría correcto, pero eso nunca había pasado. Mi hermana siempre estaba estresada, preocupada por mí, y yo me sentía estúpido por poner más en riesgo mi vida cuando toda mi familia había muerto por salvarnos, a mis hermanos y a mí, y mi hermano por mí. Simplemente no estaba bien y, además, después de los tiempos que había pasado, después de ver lo que eran las pruebas y el entrenamiento de un auror, después de estar en medio de una batalla, me quedaba muy claro que no quería ser del grupo que tiene que estar a las órdenes de su gobierno y a veces contra su propio pueblo, como que los aurores mismos habían tenido que ir a intentar aniquilar a Potter en Gringotts. Si de verdad quería proteger a mi familia, nadie necesitaba ser auror para eso. Bastaba con ser un buen mago y yo, desde luego, lo era.
Así que, no conforme con ser auror, decidí dejarlo. Y mi jefe me miró con cara de estar loco, pues había que estar loco para renunciar después de todas las pruebas, y cuando me preguntó el por qué, simplemente lo dije, no se sentía correcto. No me sentía yo, no era mi sitio. No era cuestión de ser bueno o malo, sino como aquella época en mi tierna adolescencia en la que quise ser un camarero muggle un verano para tener mi dinero sin importar mi familia, era bueno, pero no se sentía como mi sitio.
Mi madre había sido una gran medimaga de muy joven. Sacó unos éxtasis alucinantes y estaba lista para todo. Cuando se casó, se hizo sanadora. Era un puesto inferior, pero para ella se sentía como que ya había disfrutado de ser medimaga y ahra quería disfrutar una vida normal, y además, tener más tiempo libre, así que se hizo sanadora, y también fue buena. Yo la conocí como sanadora, y siempre estuve orgulloso de ella. Me había enseñado cosas desde pequeño, cómo reanimar de forma muggle a alguien que no respira, cómo presionarte un dedo ensangrentado para que deje de sangrar... y los libros de biología tan alucinantes. Esas cosas se sentían correctas. Mi madre siempre había estado muy interesada tanto en la medicina natural como la muggle, mi padre adoraba llevarla a hospitales muggles, o librerías científicas muggles, y ambos se fascinaban con ello. Y yo quería hacer cosas así igualmente. Cuando supe que no quería ser auror, sentí correcto, por primera vez en mi vida, una profesión. Medimago.
No lo consulté con nadie, tras dejar la oficina de aurores para siempre, y guardar mis cosas en casa, fui al departamento de empleos, y me mandaron a San Mungo. Allí me tuve que citar con mil personas diferentes, pero al final salí de ahí contento de verdad, con un bonito y nuevo uniforme, y una tarjeta en el pecho que me calificaba como Percival Lightwood, aprendiz de medimago, para los pacientes, lo que, traduciéndolo en muggle, imaginaba que tenía que ser como ser un interno. Tenía mucho que aprender y lo estaba deseando, y más tras saber que Andrómeda Tonks, de quien mi madre me había hablado mucho porque tenían edades cercanas, sería mi maestra. Había visto mil personas fatal tras la batalla, había sido incapaz de salvarle la vida a mi hermano, había intentado ocuparme de tantos estos días perdiendo el sueño... y ahora sabía lo que quería de verdad. Y lo era.
Así que, no conforme con ser auror, decidí dejarlo. Y mi jefe me miró con cara de estar loco, pues había que estar loco para renunciar después de todas las pruebas, y cuando me preguntó el por qué, simplemente lo dije, no se sentía correcto. No me sentía yo, no era mi sitio. No era cuestión de ser bueno o malo, sino como aquella época en mi tierna adolescencia en la que quise ser un camarero muggle un verano para tener mi dinero sin importar mi familia, era bueno, pero no se sentía como mi sitio.
Mi madre había sido una gran medimaga de muy joven. Sacó unos éxtasis alucinantes y estaba lista para todo. Cuando se casó, se hizo sanadora. Era un puesto inferior, pero para ella se sentía como que ya había disfrutado de ser medimaga y ahra quería disfrutar una vida normal, y además, tener más tiempo libre, así que se hizo sanadora, y también fue buena. Yo la conocí como sanadora, y siempre estuve orgulloso de ella. Me había enseñado cosas desde pequeño, cómo reanimar de forma muggle a alguien que no respira, cómo presionarte un dedo ensangrentado para que deje de sangrar... y los libros de biología tan alucinantes. Esas cosas se sentían correctas. Mi madre siempre había estado muy interesada tanto en la medicina natural como la muggle, mi padre adoraba llevarla a hospitales muggles, o librerías científicas muggles, y ambos se fascinaban con ello. Y yo quería hacer cosas así igualmente. Cuando supe que no quería ser auror, sentí correcto, por primera vez en mi vida, una profesión. Medimago.
No lo consulté con nadie, tras dejar la oficina de aurores para siempre, y guardar mis cosas en casa, fui al departamento de empleos, y me mandaron a San Mungo. Allí me tuve que citar con mil personas diferentes, pero al final salí de ahí contento de verdad, con un bonito y nuevo uniforme, y una tarjeta en el pecho que me calificaba como Percival Lightwood, aprendiz de medimago, para los pacientes, lo que, traduciéndolo en muggle, imaginaba que tenía que ser como ser un interno. Tenía mucho que aprender y lo estaba deseando, y más tras saber que Andrómeda Tonks, de quien mi madre me había hablado mucho porque tenían edades cercanas, sería mi maestra. Había visto mil personas fatal tras la batalla, había sido incapaz de salvarle la vida a mi hermano, había intentado ocuparme de tantos estos días perdiendo el sueño... y ahora sabía lo que quería de verdad. Y lo era.
Percival Lightwood- Mensajes : 113
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Vitalidad:
(30/30)
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(30/30)
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