The Outsider ☆ Percival L./Libre

¿A santo de qué me han mandado a mí a recoger las pociones? Además de que cualquiera podría verme e irle con el cuento a McGonagall de que me escabullo del colegio cada dos por tres. No es que sea fácil, porque si no lo haría todo el mundo a todas horas. Pero cuando sabes pedirle las cosas correctas a la sala de menesteres aparece una habitación grande y en desuso ya con un pasadizo incluido a Cabeza de Puerco, tal como Longbottom demostró el año pasado. Y Cabeza de Puerco tiene chimeneas, y San Mungo, por supuesto que también, al menos en la entrada. Al final resulta que Andrómeda no estaba allí y yo soy el que tengo que ir a recoger las pociones para Judith porque nadie más estaba disponible.

¡Sólo soy un reclutador! No puedo robarme cosas y sobre todo, parecer un estudiante fugado. Por suerte no llevaba la túnica del colegio cuando Abe me mandó por la chimenea con una cara de «es urgente» así que llego a San Mungo, convenzo a una de las recepcionistas de que mi madre está muy enferma en la tercera planta, con lágrimas incluidas tanto que olvida preguntarme mi nombre y me escabullo rápidamente, intentando mezclarme con la demás gente.

De lo que no hay duda es de que parezco un adolescente, específicamente un estudiante que no está en Hogwarts, aunque siempre puedo inventarme cuentos chinos sobre eso. O que mis padres tienen miedo de mandarme de nuevo, o que mi madre está loca y no tiene a nadie más o que… etc, etc, etc. Se inventarme historias de todos los tipos. Así que en realidad ahora debo buscar a mi madre… adoptiva. Que no está enferma, ni la considero mi madre, ni nada. ¿Dónde demonios se metió Andrómeda Tonks? ¿O en su defecto, dónde demonios puedo encontrar las pociones para Judith? Aunque para Argine creo que también eran.

Cuando las veo, me alegra ser sólo el Sombrerero, no un experimento.

Sigo caminando por los pasillos, planta tras planta, fijándome en todos los cuartos y en la mayoría de los despachos, porque, por extraño que pueda parecer nunca me molesté en averiguar donde pasaba mi madre la mayor parte del tiempo. Estaba en su casa, en el orfanato, en Cabeza de Puerco… y desde que había vuelto al colegio, en Hogwarts. Esperaba que me confundieran sólo con un despistado más y a nadie se le ocurriera reconocer al hermano de Colin Creevey. Es lo bueno de no ser un héroe de guerra.

Todo el mundo recuerda a los héroes. Pero pasado un tiempo, las víctimas somos sólo un borrón.

Era habitual ya estar rondando en San Mungo cada dos por tres, al fin y al cabo, trabajaba allí y me encantaba. No era que adorara San Mungo, ¿quién podía? era el edificio donde muy a menudo moría gente o pasaban otras cosas malas, pero no era el edificio el que adoraba, sino, más bien, el trabajo. Y mi trabajo era de clara misión, salvar vidas, ayudar a la gente, proteger a mis pacientes de todo lo perjudicial para ellos, costara lo que costara, aunque, debido a mi rango, casi siempre bajo la estricta supervisión de alguno de mis superiores, pues estaba en las zonas bajas de la pirámide, las había más bajas, no obstante. Y era muy feliz con mi trabajo, aunque a veces fuera brutalmente duro.

Aquél día, no obstante, era tranquilo. Apenas tenía cosas que hacer, así que deambulaba por los pasillos, yendo de una a otra habitación de mis pacientes más inestables, vigilándolos estrictamente, que no les faltara de nada, que estuvieran bien, que nadie les molestara, y después pasarle informes detallados a mis superiores, a otros medimagos, o a enfermeras, cualquiera involucrado en el caso, o más bien, el paciente en cuestión. Y en una de esas, caminando por uno de los largos pasillos del hospital, vi una cara familiar. La seguí tranquilamente, mientras revisaba algunos de los informes de pacientes en mi poder, hasta que estuve lo suficientemente cerca del sujeto en cuestión como para reconocer su cara. Dennis Creevey, menuda sorpresa.

—¡Creevey! —su hermano era de un curso menor al mío, así que conocía bien el apellido, y los hermanos se parecían excesivamente. Miré a Dennis cara a cara frunciendo el ceño—. ¿Me equivoco o debería usted estar en Hogwarts?

«¡Creevey!»

Maldita sea el que parió a los que se acuerdan de las caras y los nombres de todo el mundo. Maldita sea, en serio. Esperaba que nadie me reconociera, pero allí está, demasiado cerca de mí para ignorarlo, un desconocido. ¿Quién demonios es? No lo recuerdo, aunque seguro coincidimos en Hogwarts, pero no se puede decir que yo me acuerde de los nombres de todo el mundo, con trabajos me acuerdo del de todos los Gryffindor y la mitad del ED.

—Eh… —elocuente respuesta. Porque además de todo ha adivinado que debería estar en Hogwarts y si le dice a McGonagall tendré muchos problemas. Lo que menos quiero es problemas y si la gente me sigue ignorando como hasta ahora estaremos mejos—. En realidad…

No sé que decir y se nota. Quizá pueda aprovecharme de eso. Pongo las manos en la espalda y muevo un pie nerviosamente, en la perfecta actitud de un alumno al que han agarrado escabulléndose del colegio. Examino al desconocido un poco, que parece trabajador del lugar. Viva. Con ese siguiéndome no puedo conseguir las pociones que necesito.

—Buscaba a alguien… —sonrío—. Es urgente. ¿Conoce a Andromeda Tonks?

Hay una posibilidad en muchas de que la conozca claro, pero quizá pueda inventarle una historia sobre por qué necesito a Andromeda que suene fiable y me deje en paz para conseguir lo que quiero. Seguro que si le digo para qué es acaba delatándome.

Contemplé a Dennis Creevey con los brazos cruzados, frunciendo el ceño, y preguntándome a la vez qué diablos haría un chaval estudiante en Hogwarts en un lugar como San Mungo, a voluntad propia, y durante horario lectivo. Evidentemente, se había escapado, evidentemente, Aberforth Dumbledore le había echado una mano, pero seguía sin saber por qué, y tampoco entendía muy bien cómo le había sido tan fácil a un chaval de quince años llegar a San Mungo sin que ningún adulto le parara los pies y lo mandara corriendo a Hogwarts, pero desde luego a McGonagall le daría un infarto si viera lo que su alumno andaba haciendo tan campante. No obstante, no era mi problema y, desde luego, no iba a enfadarme.

—Si es urgente entonces, ¿por qué no te acompaña personal de Hogwarts? La señora Tonks es una bruja muy ocupada y con muchas responsabilidades —respondí tranquilamente— está muy ocupada, y no estaría bien por mi parte distraerla con un alumno escabullido de Hogwarts, que a mis ojos aparenta una salud bastante buena, sin autorización de un profesor de Hogwarts para venir, y sin que la señora Tonks me haya avisado de que esperaba a nadie. Así que, a menos que estés tan enfermo que no puedan ayudarte en Hogwarts, aunque sé que la señora Pomfrey es muy buena, o a menos que me convenzas de que la señora Tonks te espera... —me encogí de hombros—. Me temo que no podré ayudarte. Dennis Creevey, deberías estar en Hogwarts, y si estuvieras enfermo, deberías estar en la enfermería en Hogwarts, o aquí mandado por la señora Pomfrey, no sólo y con unas pintas de chico haciendo novillos que no te caben encima. Tendré que llevarte a Hogwarts. —expliqué tranquilamente.

—Porque el personal de Hogwarts no lo sabe, claro.

Sonrío. Nadie dijo para quien fuera urgente y lo es para mí, que planeo salirme con la mía a como de lugar. Fingo escuchar todas las tonterías que dice sobre Andromeda pero lo cierto es que habla como si la conociera mejor que yo y lo dudo. Tampoco es que la conozca mucho, pero sé como es en casa, sé qué prepara de cena y la manera en que mueve la varita para limpiar los sillones. Sé otras cosas, claro. Como lo que hace en su tiempo libre, pero si el chico cree que le diré algo está loco.

—Ya sé que es una persona muy ocupada —respondo cuando acaba de hablar y demuestra sus intenciones de llevarme de vuelta al colegio. Le va a costar trabajo, claro—. Y no tienes que molestarla con un alumno fugado de Hogwarts, podrías molestarla diciéndole que su hijo adoptivo la busca y que es urgente. ¿O no te había dicho que tenía mi custodia?

En realidad no tiene por qué decírselo a nadie. Lo sabe la gente indicada y punto. Los que se encargaron de arreglar los papeles cuando la señora Tonks declaró que deseaba hacerse cargo de mi custodia. No es que necesite a alguien que me cuide, pero como soy menor de edad el Ministerio lo considera correcto. Seguro que en sus pensamientos es mejor eso que un orfanato, pero no saben a quién le dieron la custodia.

Ella me convirtió en el sombrerero, en sus ojos y sus oídos.

—De verdad, es urgente, tenemos a alguien enfermo en Hogwarts… —suelto una mentira, pero no tiene por qué entererarse—. Quería pedirle un favor…

«Mira en lo que te has convertido, Dennis», pienso, «de un jovial adolescente normal que reía y era feliz… eres algo parecido a un manipulador, te vales del engaño y eres parte de algo mucho más grande de lo que puedes manejar». Maté al Dennis Creevey pasado. Eso ya no es ningún secreto. Aunque aun puedo fingir ser como era él.

Contemplé al chico durante unos segundos, mirándole fíjamente. Tenía formación e instintos como auror, y sabía perfectamente que no podía fiarme, pero también sabía que tan sólo era un chaval de Hogwarts, y como había oído algo de las cosas de Andrómeda con los Creevey, sabía que ella querría ser avisada cuanto antes si el joven que tenía ante mis narices aparecía por allí sin previo aviso. Así que, poco a poco, fui aclarando mi mente hasta que supe con exactitud lo que tenía que hacer a continuación y cómo iba a hacerlo.

—Si la señora Tonks es responsable de ti, es responsable de tus escapes, tus pellas, y lo que sea que hagas en este hospital, por lo que vamos a ir a buscarla. A estas alturas, probablemente alguien de Hogwarts te haya echado en falta y la haya contactado, de cualquier manera —repuse mirando mi reloj de muñeca rápidamente. Tenía unos minutos más libres, los suficientes para hacerme cargo de aquél pequeño asunto—. De acuerdo, busquemos a la señora Tonks —hice un ademán para que me siguiera y, sin quitarle ni por un segundo el ojo de encima, comenzamos a andar por los pasillos que normalmente estaban más ajetreados, pues sabía que era más probable encontrar en éstos a Andrómeda que en cualquier pasillo pequeño escondido en ningún rincón.

No me creía una palabra de un enfermo en Hogwarts, pues sabía que si así fuera las normas estaban claras, y asignarían la misión de avisarnos a alguien importante de verdad, como McGonagall o la señora Pomfrey, alguien a quien en San Mungo se lo fueran a tomar en serio, pues el protocolo era estricto e importante, pero de cualquier manera sabía que este era un asunto de Andrómeda y no mío, y estaba en sus manos.

«… seguro alguien te haya echado en falta…»

No es que me moleste: sólo está haciendo su trabajo. El problema es que su trabajo entorpece el mío y si me vigila no puedo hacer nada de nada. De todos modos, encontrarme con Andrómeda no será ningún problema, sólo que no le gustará nada que un desconocido, si es que lo es, esté metiendo sus narices en nuestros asuntos. Para empezar, sólo me refiero a ella como mi madre adoptiva cuando me conviene. A mi madre le gustaban las flores, le gustaban los lirios, tenía el jardín más bonito del mundo y cuentan que Lestrange se divirtió matándola.

Andrómeda es sólo Andrómeda, pero me da un techo, me da comida y me da una casa. También me da el propósito para vivir que necesito, desde el día que me encontró caminando bajo la lluvia, huyendo de un orfanato muggle.

—Está bien —le regalo una cara satisfecha—. Vamos a buscarla. —Me está concediendo lo que fui a buscar, claro, aunque parece no creerse las mentiras que le suelto. Tengo miles y a él sólo le voy a soltar las más inofensivas. No las que le solté a Hermione para arrastrarla al borde del precipicio sin dejarla caer para que me buscara después.

Sé que huyo de Hogwarts. No sé a dónde fue. Sólo espero que un día, cuando no le quede nada más o no sepa que hacer, me mandará una carta y yo la tiraré a la madriguera. Siempre esperé no tener que hacer eso a Hermione, porque la madriguera del conejo es oscura y yo maté a los restos que me quedaban del Dennis que conoció Colin para vengarle.

—Eres demasiado joven para ser medimago, ¿no? —lo pico un poco, sin intenciones verdaderas de ofenderlo, pero ya que me ha reconocido y está allí y no me puedo desembarazar de él—. ¿No estabas en Hogwarts el año pasado?

Me cuesta situar su cara. ¿Dónde demonios lo vi?

No pude evitar reírme cuando entramos en el tema de mi edad con respecto a mi empleo, tema al que ya estaba tan acostumbrado que ni me molestaba, simplemente era una cosa más entre mis muchas rarezas, solo que de ésta todo el mundo se daba cuenta, todo el mundo lo destacaba y a todo el mundo le extrañaba. Nada grave, ningún problema, aunque sí que siempre iba a parar a mi mente aquella rareza de que todos me consideraran muy joven para mis empleos, pero lo suficientemente mayor para ser cabeza de familia.

—Esa es la razón por la cual no soy medimago exactamente —respondí mientras echábamos a andar entre la gente, buscando a la sí medimaga, Andrómeda Tonks, mujer a la que le tenía inmenso cariño y respeto y que por lo visto parecía haberse embarcado en la misión tan peliaguda de hacer un hombre del chico que tenía al lado. Pero desde luego, el joven Creevey podía sentirse afortunado de tener a semejante mujer de tutora, tremendamente afortunado—. Sí, estaba en Hogwarts el año pasado, brevemente, pero sí. Soy, para ser más exactos, aprendiz de medimago, y tu tutora, la señora Tonks, es mi jefa, la mujer de la que aprendo y a la que admiro. —terminé amablemente de explicarle, preguntándome mientras tanto por dónde podríamos encontrar a Andrómeda—. ¿Lleva mucho siendo tu tutora? —pregunté mirándola con cierta curiosidad.

Bien… ya se me hacía a mí demasiado joven. Aunque no era raro ver a gente demasiado joven ganándose la vida por ahí, claro, sólo que dudaba que fuera medimago aun. Bueno… le faltarían años de entrenamiento, y no podía tener demasiada influencia. Eso me libraba de demasiadas cosas, pero claro, no podíamos permitirnos un fisgón de la nada en Cabeza de Puerco, así que mejor no hacía ninguna estupidez de momento, sólo fingía caminar con él. Así nadie más me detendría, porque creería que yo tenía permiso y él me acompañaba y no llamaría tanto la atención.

Sólo que no podía hacerme con las pociones para Judith. Para empezar nadie aceptaría atenderla, con todas las tonterías de las nuevas leyes, y para seguir… bueno, tampoco convenía que nadie le viera las marcas en su espalda que ella misma había aceptado que le pusieran. Procuro que no se me vea una muy marcada cara de fastidio, pero el problema es que la tengo, porque se suponía que esto sería rápido y que nadie se metería en mi camino.

Pero bueno, siempre hay imprevistos.

—Ah… ¿es tu jefa? —sonrío, imaginándome a Andromeda en el trabajo. Es una perspectiva extraña y curiosa, por supuesto, porque parece que él la admira. Si la conociera en otras de sus facetas quizá no lo haría—. Nunca me había hablado de ti… —eso es cierto, pero por otras razones. Andromeda nunca habla de su trabajo, ni siquiera de su vida privada o del nieto al que cría, al menos no cuando está en Cabeza de puerco. En vez de ser una madre, tenemos una relación casi profesional, aunque unida por nuestros respectivos pasados—. Supongo que no llevas mucho tiempo aquí, ¿cierto?

Sigo preguntando mientras caminamos por los pasillos, para pasar el tiempo, hasta que me pregunta si ella lleva mucho tiempo siendo mi tutora. ¿Lleva mucho? Ya no sé… digo, todo ese tiempo está algo borrado. La manera en que encontré muerto a Colin y unos días borrosos en la enfermería, cuando la misma Andromeda me atendió. De allí, al sistema. No tenía padres o familia, así que acabé metido en un orfanato y cuando McGonagall mandó una carta a todos aquellos alumnos que no tenían a donde ir y yo me escapé del orfanato bajo la lluvia, ella me encontró. Unos meses.

—Unos meses nada más… —respondo—. Desde el verano… Julio, creo.

Asentí lentamente, otro chico más sin familia. A menudo me daba rabia el recordatorio constante de lo que la guerra había hecho, a mí, a los jóvenes alumnos de Hogwarts, a familias enteras, y no sólo mágicas, que todavía estaban metidas en el asunto hasta el cuello, sino a los muggles, gente inconsciente e ignorante de todo cuanto estaba pasando. Pero, ¿qué hacer? aguantarse y apechugar, e intentar arreglar parte del lío en que nos habían metido, empezando por encontrarle un hogar a tantos huérfanos como fuera posible, ahora, sin Colin, Dennis estaba por su cuenta, pero me animaba pensar que una mujer tan inteligente como Tonks estaba al mano de su vida, algo era algo, y Dennis era sólo un crío de, ¿cuanto? ¿quince, dieciséis años? demasiado joven para estar sólo en el mundo y lo suficientemente mayor como para tener que buscarse la vida por su cuenta. Bienvenido a las injusticias de la guerra.

—Bueno, en realidad... —lo pensé mejor, reflexionando internamente—. Mi jefe es el director de San Mungo, Tonks en realidad es mi superior en el escalafón, porque lleva años en el tema y yo sólo un mes, o algo así. Es como mi profesora, aprendo de ella, es su deber enseñarme, pero si la cago, no es ante ella ante quien debo responder exactamente. Es como cualquiera de tus profesores contigo —comenté intentando explicarme un poco mejor, y en el fondo ahora si daba una descripción bastante más exacta de quién era, realmente, Andrómeda Tonks para conmigo—. Bueno, no debería hablarte de mí, soy uno más de las veintenas de aprendices que hay aquí —repliqué simplemente. Y era cierto, no sabía cuántos podíamos ser aquí, pero asumía algún numero entre treinta y cuarenta aprendices de medimago, todos atentos a la más remota y mínima cosa que pudieran aprender de Tonks, intentando aprovechar al máximo el tiempo. Y lo profesional no debía mezclarse con lo personal—. Tonks es una buena persona, tienes suerte de tenerla. Es mejor que nada.

Asiento ante su explicación. Dice demasiadas cosas, pero bueno, que me diga quienes su jefe es algo sin relevancia, ciertamente. Lo analizo como a todas las personas, pero él no es como Judith, o como Argine… o como la sonrisa gatuna de Arashi. Ni siquiera es como la Hermione que me encontré una noche en la sala común. Parece creer que el mundo puede mejorar y que está haciendo algo para cambiarlo. Puede salvar vidas en todos San Mungo, pero mientras el eco de la guerra siga presente, la corrupción siga inundando el Ministerio en todas sus plantas y se sigan segregando a segmentos de la sociedad mágica —aún más—, no logrará absolutamente nada.

Yo puedo ser sólo una pieza de un rompecabezas demasiado grande, pero sé en qué parte estoy y sé cómo moverme. Sé lo que significó para Andrómeda y en el fondo sólo soy la pieza con la que empezó todo. Yo quiero la venganza que Colin nunca pidió —y en el fondo tampoco hubiera querido—, pero sólo tengo quince años. Me volví los ojos de algo más grande, algo que puede cumplirme mi deseo, llevarme hasta mi propósito. Supongo que a cualquiera le rompería el corazón conocer mi historia, pero nadie la ha oído completa. Ni siquiera Niniel.

—Ya entiendo —respondo, sin saber que más agregar o decir. Ya hemos recorrido toda la planta en la que me agarró y no hay ni rastro de Andromeda. En ese momento es urgente encontrarla, ¿dónde metió?—. Parece que Andromeda no está aquí… —la llamo por su nombre. «Señora Tonks» se oiría muy normal, su otro título no es apto a todos los oídos—. ¿No tienes idea de donde está en este momento, de verdad? El asunto es urgente…

Casi me dan ganas de dedicarle una sonrisa sarcástica cuando me dice que Andromeda es lo mejor que me pudo haber pasado. Pero me la guardo.

"Actualmente si la jodes, es ante mi que deberás responder, esto no es un colegio, es un hospital. ¿Acaso no dijo que era urgente? O mejor dicho, ¿no tienes otras cosas que hacer que cuestionar las razones de una persona para ir a un hospital?" Comentó la voz desapasionada de la mujer al costado de ellos, caminando con ese paso distinguido que solo alguien con su crianza sobre los hombros podría lograr ya que ese estilo orgulloso y autosuficiente parecía completamente normal en ella.

"Dennis... ¿fuera del colegio? He de suponer que es una emergencia, sino no estarías aquí." Agregó la mujer, clavando sus ojos gris azulado en el rubio Dennis. No estaba contenta, pero estaba más curiosa que molesta, simplemente el gryffindor no era de irrumpir en el trabajo por nada, por eso asumió que se trataba de una emergencia y por ende razón de más para que un médico o medimago o Enfermero le guiara a donde debía ir sin interrumpir. Después de todo, esto es un hospital, no un centro de interrogación.

‘Es mejor que nada’, si supiera... si tan solo supiera a lo que jugaba opinando sobre ella, la misma Andrómeda sabía que era lo peor que podría haberle pasado a esos cuatro adolescentes. Males necesarios, lo peor era que todos lo hacían por decisión propia salvo por una que simplemente al no tener donde más ir había caído por la Madriguera.

Motivación, objetivo y pasión... si se tiene suficiente de cada uno, se pueden convertir en trampas mortales.

Su voz me hace girarme a la velocidad del rayo cuando la veo. Andromeda no deja de ser la Reina y aunque tenga mi custodia no es mi madre, aun así me aproveche de eso con otras personas. La veo reñir a Percy y en el fondo me da un poco de pena, porque no sabe en donde está metido del todo, pero… de todos modos al menos he encontrado a Andromeda y Percy no entorpece más lo que intento conseguir. Espero hasta que se fija en mi con esa mirada dura y penetrante y le respondo con una igual, no tengo otra. Andromeda me inspira respeto…, pero fue la persona que me enseñó a esconder lo que sentía.

Fue la que me hizo lo que soy ahora.

—Andromeda… —saludó, le digo por su nombre en vez de «señora Black», dos nombres que uso de manera indistinta cuando alguien más nos puede oír. En otros lugares, en otras situación, es sólo La Reina—. Es urgente, hay un enfermo y… y… no lo pueden tratar aquí especialmente… —finjo un suspiro, esperando que entienda que es Judith, la única criatura a la que ella trata—. Aunque a decir verdad nadie sabe que vine a buscarte…

Andromeda… Andromeda. ¿Me había arruinado la vida o me había dado lo único que necesitaba para vivir? Era difícil pensarlo cuando lo ponía en la balanza, pero por alguna razón siempre ganaba el rencor. El deseo de venganza.

«Ay, Colin… que pensarías si me vieras…»

"Judith..." Abrió un poco los ojos en sorpresa y algo de preocupación ante la idea de que la niña tuviera problemas. "¿Es ella o la hija?" Preguntó apenas dirigiendo una mirada de costado a Percival, ya luego tendría que tener una larga, muy larga charla con él sobre la diferencia de trabajar para el ministerio como Auror y en un hospital como enfermero o asistente médico.

"Si es la niña podríamos pasarla, pero a Judith no nos permiten darle paso... ¿Que pasa? ¿Necesita más pociones?" Indagó, la verdad que de momento no preocupándose por el joven que parecía estar allí para ver de que hablaban. "¿De donde vienes exactamente, Colin? ¿De la casa de Judith?" La pregunta podría ser interpretada como un doble sentido, estaba indagando si venía de Hogwarts, de Hogsmead o Knockturn Alley, aunque automáticamente descartaba lo último, aunque ella sabía que Judith vivía allí, ella era muy privada y no solía ir dando explicaciones a nadie sobre donde y como vivía.

—Judith —respondo rápidamente, aliviado de que Andromeda haya entendido a quién me refiero, vuelvo mi vista hacia Percy, dudo realmente que entienda qué pasa allí, pero acabará sospechando así que mejor me marcho antes de que tenga tiempo de hacer más preguntas—. Vengo de Hogsmeade... —le digo a Andrómeda, esperando que entienda y que a Percival no se le ocurra ir a meter sus narices en donde no lo llaman—. Es urgente, de verdad... —actúo perfectamente, haciendo un papel un poco desesperado—. Ya no tenemos más poción y no mejora...

O, mejor dicho: "se acabaron las drogas de Judith, las necesitamos para controlar el asunto, o más bien las necesita la Liebre de Marzo, porque yo sólo me sentaré a comer palomitas"

"Cuan grave se ha puesto Judith?" Preguntó seria, comenzando a caminar por el pasillo haciendo señas a ver si Percival los seguía a la sala de consultas que estaba a su encargo.

Odiaba cuando la gente hacía las cosas más largas de lo necesario. No era ta difícil cumplir con ciertas normas adecuadas a un hospital como tratar a todos de igual forma así fueran prófugos de la justicia que no querían que nadie se enteraran que estaban ahí. Las reglas médicas incluían la más absoluta discreción a la hora de tratar con los pacientes.

Especialmente cuando se trataba sobre hablar de las damas... las damas no eran humanas y cuando esto salía a la luz significaba que no podían visitar el hospital a menos que supieran que la única persona que las vería sería Andrómeda o Dennis.

"¿Dosificación más pesada o necesita relajantes para los temblores?"