Surprises allowed [Susan]

Habían pasado un par de días desde que había comido con Susan, un par de días en los que sólo podía pensar en ella, constantemente en ella, y sólo quería estar con ella, pasar el tiempo con ella y, a veces, hasta soñaba con sus labios sobre los míos. Pero en aquellos días no había sido lo único por lo que había tenido que preocuparme. Había tenido aquel desastroso encuentro con Harry y Ron, mi encuentro con Lorelaine... me preguntaba si aquella ravenclaw estaba bien, en San Mungo había visto gente muy mal, pero era cuestión de seguir el liderazgo de Andrómeda Tonks, lo que ella me mandara o enseñara estaba bien, era lo correcto. Susan ni siquiera sabía que había dejado los aurores para ser aprendiz de medimago, y mi hermana apenas acababa de enterarse por carta, y no había sido capaz de ocultar su felicidad. Simplemente en aquellos días me había topado con tantas personas, y a todas quería ayudarlas, pero era complicado, muy complicado, y a menudo me hacía sentir impotente, en el sentido de querer abarcar todo con demasiadas pocas manos.

Así que, decidiendo que no podía estar más tiempo sin ver a Susan, y que quería anunciarle mi decisión personalmente, me puse mi mejor túnica sobre la ropa, consistente en unos vaqueros, brillantes zapatos, camiseta interior, camisa, corbata y sobre ella un bonito y cálido jersey azul, y fui al lago. Nadie me puso impedimentos por entrar en los Terrenos de Hogwarts, quizá porque, a mi edad, aún parecía un alumno más excepcionalmente arreglado, o quizá porque no sabían que ahora estaba camino de convertirme en un buen medimago. De cualquier manera, llegué a orillas del lago, a eso del atardecer, de un precioso día invernal, aunque frío, pero no importaba mucho. Había un brisa suave, y en general, era agradable, pues aunque el aire estuviera frío, el sol estaba presente y el cielo estaba despejado.

En una zona que me encantaba junto a la orilla del lago, coloqué una manta a cuadros que me encantaba y que serviría para que cupiéramos los dos perfectamente. Me arrodillé sobre ella, dejé mi túnica a un lado, pues me gustaba poder notar la brisa fresca, y saqué de una cesta de mimbre vasos de plástico, vino, y una ensalada en un envase de cristal tapado que francamente tenía bastante buena pinta. Puse servilletas, usé a Zeus para mandarle una nota a Susan para que viniera, y me remangué la camisa blanca y el jersey hasta los antebrazos, poniéndome cómodo y tumbándome a un lado en la manta mientras esperaba, pues era lo suficientemente grande como para caber dos personas o tres tumbadas y la comida y todo. Contemplé las nubes moverse mientras escuchaba los suaves movimientos de chapoteo en el río de algún pez, o el calamar, y me relajé, disfrutando el momento.

Era hora de tener un rato tranquilo y feliz, con una persona tan querida, o amada, si lo pensaba a fondo. Hacía tiempo que no tenía ratos así. Las últimas noches había comenzado a despertar el que pensaba que no pasaría nunca, el pequeño estrés post traumático. El insomnio, el duelo por la muerte de Kenneth, que nunca había tenido tiempo a asimilar, revivir una y otra vez momentos de la batalla, u oír explosiones que no estaban pasando, o las pesadillas. Para después levantarme muy temprano y correr a San Mungo desayunando un sándwich en el camino. Pero era hora de no pensar en ello y relajarse.

Estaba en mi despacho cuando la lechuza empezó a tocar el vidrio insistentemente. Generalmente no recibía demasiadas notas a aquellas horas, casi todo llegaba por la mañana, con el correo matutino, o por la noche, con el correo nocturno. Así que me puse en pie, dejando que el pergamino en el que estaba escribiendo se enroscara un poco, pues no llevaba ni la mitad de la carta que quería escribirle a mi madre y ya no sabía qué decirle. ¿Por qué a veces era tan difícil hablar con ella? Nunca habíamos tenido una relación demasiado cercana, siempre había preferido a mi padre, pero nunca nos habíamos llevado mal. Simplemente era que las palabras no me salían, aun cuanto estaba acostumbrada a escribirle largas cartas.

—Vamos, entra, desconocido —dejé entrar a la lechuza con una nota atada a su pata. Supuse que sería de algún profesor o algo parecido, pero nunca había visto que alguno de la plantilla tuviera una lechuza tan fina.

Le quité el pergamino y cual mi sorpresa al encontrarme una caligrafía que nunca había visto firmada por un nombre al que mi cabeza llevaba varios días dándole vueltas. Especialmente por el beso. No ocultaba que me había gustado y que me agradaba su compañía, pero aquella vez había sido la primera vez que habíamos salido, parecía demasiado apresurado, demasiado rápido y después de todo lo que había vivido quería tomarme las cosas en paz. Así que opté por suspirar y tomármelo con calma, de momento, porque Percival Lightwood estaba afuera, esperándome.

Dejó todo el despacho sin recoger nada, aunque me tomo el momento de cerrar el tintero, no quiero encontrarme con que Peeves derramó todo sobre mi trabajo y bajo las escaleras hasta el primer piso casi corriendo, con prisa, con la túnica color verde ondeando tras de mí. Llegó al hall en poco tiempo, pero aminoro mi paso; no quiero que mi cita… demasiado improvisada, note que estoy un poco ansiosa a la vez que terriblemente nerviosa. No quiero que todo vaya tan rápido, quiero darme tiempo de conocerlo, llevarlo al baile, bailar alguna melodía…

Me acerco poco a poco, caminando por los jardines hasta que distingo la manta y sonrío ante el detalle. Me paro a pocos centímetros de la manta, sin sentarme aún.

—No esperaba verte por aquí, Percy. Que sorpresa…

Y es verdad, estoy sorprendida.

No estaba lo suficientemente perdido en mis pensamientos como para no escuchar los pasos delicados y suaves, pero a la vez firmes y serenos, de mi queridísima Susan, siempre deseada, siempre esperada, siempre agradablemente recibida. Al reconocerla cerca, inspiré hondo y traté de mantener la calma diciéndome a mi mismo «Tranquilo, Percy, respira» después de recordar el beso, con el que tanto había soñado los últimos días, y cómo se había marchado apresuradamente la pelirroja, dejándome con la duda de si había sido o no adecuado.

Me levanté a prisa y sonreí radiante al verla, sin poder describir ni tan siquiera dentro de mi mente el enorme placer que me suponía el sólo hecho de contemplarla, después de tanto tiempo. Así pues, caminé hacia ella despacio, y cuando llegué hasta ella, acaricié una de sus manos con una de las mías, y le di un rápido beso en una de sus sonrosadas y adorables mejillas. No podía evitarlo, estaba encantado de volver a verla.

—Bueno, si te soy sincero Susan, no podía aguantar mis ganas de verte, espero no haberte inportunado con una visita tan repentina... ¿cómo estás? —comenté amablemente con una sonrisa.

—La verdad es que se te nota de lejos… —bromeo cuando acaricia un poco mi mano y me da un rápido beso en las mejillas—. Las ganas de verme, digo.

Me fijo en que ha preparando un improvisado picnic en el suelo y sonrío. Es, aunque sea, detallista y se esfuerza, pero yo no puedo evitar pensar que eso va demasiado rápido. De todos modos, me gusta su compañía y no puedo negar que disfruto de su plática y que me parece atractivo. Supongo que desde el día del restaurante era sólo cuestión de tiempo que me besara…

… el problema es que lo hizo ese día y me pareció apresurado, y rápido… y, para que negarlo, me gustó.

—Aquí se está perfectamente… —comento, pues Hogwarts lleva unos días bastante pacíficos, falta muy poco para el baile y me muero por asistir—. Lo cual es increíble, porque con los preparativos para el baile todo el mundo estaba volviéndose completamente loco. ¿A ti como te va, joven aprendiz de auror?

Off: Hablando de baile, ¿no se ha abierto aún, no?

Sonrío un poco mientras camino hacia el picnic, escuchándola y volviéndome cada poco para mirarla y sumergirme en sus ojos, y me siento en mi picnic improvisado, o más bien, nuestro picnic improvisado, mirándola con atención, intentando grabar en mi memoria cada una de sus palabras. Reí cuando comentó que se me notaban de lejos las ganas de verme, y saqué unas cervezas de mantequilla a repartir entre ambos.

—Bueno, me alegro, a decir verdad —comenté cuando ella me habló sobre Hogwarts. Sí que había oído hablar largo y tendido de él, y de hecho iría con Susan, y me moría de ganas de dicho baile, pero parecía estarse haciendo eterno cada día antes del baile—. En realidad —comencé cuando oí aquello de joven aprendiz de auror, con una pequeña sonrisa— éste joven aprendiz de auror ahora, más que aprendiz de auror es aprendiz de medimago —anuncié y me encogí de hombros francamente feliz de mi cambio de profesión—. Pensé largo y tendido y me di cuenta de que no era tan feliz como auror como podría serlo como medimago, y que ya los aurores casi no son necesarios, los malos están, en su mayoría, en Azkaban, y lo que hace falta es arreglar el mundo que han dejado hecho polvo. Mi hermano se hubiera salvado de haber habido un buen medimago cerca y... Susan, te sorprendería la de gente que he visto últimamente necesitada de verdad, y mi madre era medimaga, así que pensé, ¿por qué no? —expliqué mientras llenaba un par de copas de cerveza de mantequilla y le ofrecía una invitándola a sentarse—. Si soy franco, en los pocos días que llevo de aprendiz de medimago, me he sentido mucho más útil, y mucho más feliz. Creo que he encontrado mi sitio de verdad.

Percy parece ser siempre agradable, tener ese mismo tinte de personalidad que yo, aunque con sus respectivos matices. Se parece, pero a la vez es tan distinto a mí en algunas cosas… Sonrío pensando en eso mientras oigo su risa, que me parece bonita. O, en otras palabras, como diría Hannah: «Estás ciega, Sue, ciega. C-I-E-G-A. El amor te pone lela.» Ay, a veces la extraño tanto, me hace tanta falta su manera de retorcerse las trenzas, de hablarme con franqueza siempre y de parlotear nerviosa a todas horas.

Pero entonces algo me saca de mis pensamientos y me hace abrir los ojos con sorpresa. Ahora Percy es aprendiz de medimago. Realmente tiene razón en que los medimagos son muy útiles en ese momento, aunque difiero un poco cuando dice que todos los magos oscuros están tras las rejas. No, no lo están. Hay muchos que faltan y el Winzengamot tiene ideas idiotas últimamente, pero el ambiente de paz que se respira se puede sentir incluso y es lógico que los aurores no tengan demasiado trabajo.

—Bueno, si ser medimago te hace feliz… —le sonrío, demostrándole que le daré mi apoyo en esa decisión—. Yo… bueno, ya sabes que me interesa defender a los muggles, así que en eso sigo. Defensora de causas perdidas, esa soy yo… —a veces mis amigos me decían así—. Entonces, ¿cómo te ha ido los primeros días? ¿Has aprendido algunas cosas?

No podía negar que amaba que Susan fuera defensora de, como ella decía, "las causas perdidas". Ningún otro sector social merecía tanto a una mujer de tan alto calibre como Susan, ellos la necesitaban más que nadie, pues no iban a conseguir nunca una persona mejor para luchar por ellos y respetarlos y procurar su total bienestar. Me encantaba ver las cosas que le fascinaban a la pelirroja, sus gustos y aficiones, así como su trabajo, y apoyarla con ellos, así como me encantaba ver el apoyo que me brindaba ella con mis aficiones y mi trabajo, simplemente para eso estábamos, para ser el mejor amigo del otro, y la persona del otro, y estar tanto juntos como la vida nos permitiera. No sabía cuándo podría llamarla mi novia, y ni siquiera me paraba a pensarlo, no tenía prisa, y ni siquiera le daba mucha importancia al título, el ser humano siempre estaba intentando etiquetarlo todo sin disfrutarlo, y para mí algo así era demasiado especial, demasiado bonito, para querer estropearlo.

—Adoro que defiendas las causas perdidas, de hecho... estoy bastante orgulloso de ti por ello —comenté enrojeciendo hasta las orejas. Era increíble como la timidez no pasaba todavía—. Oh, ha sido genial, aprendo mucho de Andrómeda Tonks, es una medimago excelente, y parece que estamos ayudando bastante. Lo peor ha sido la nueva ley de criaturas mágicas, nos prohíben tratar a hijos de humano y bestia, el Ministerio se está echando a perder de nuevo, me tiene preocupado —comenté frunciendo el ceño. Evidentemente yo trataba de atender a todo el que podía, aunque fuera a escondidas, leer a escondidas libros avanzados, o pasar notas a los afectados que nos prohibían atender en San Mungo para que me buscaran fuera de allí, pues aunque sólo fuera aprendiz, era mejor que nada, y no pensaba dejar morir a nadie injustamente. Yo mismo era hijo de una metamorfomaga y un muggle, no podía dejar atrás a nadie—. ¿Y tú qué tal? ¿Te van bien las cosas?

—Las nuevas leyes… —digo, soltando un suspiro de desagrado—. ¿Sabes que algunas criaturas las han apoyado? No todas, claro pero es tan estúpido que apoyen su propia segregación…

No me gusta hablar de esos temas deprimentes pero tengo que decírselo a alguien. Hace tiempo fui a ver a Lynnea Gammel, que, según creo recordar, es afectada por esas leyes, aun cuando no sea de forma directa. La profesora pertenece al Winzengamot y quizá formando una alianza con ella podría lograr algo, pero de momento parece todo tan imponsible, una campaña suicida desde el principio.

—Pero convencer al Winzengamot que lo que está pasando es un error es como luchar contra molinos de viento, Percy. ¿Qué va a pasar con muchas personas? Algunas criaturas simplemente reniegan de los magos, como algunos vampiros… o la gente del agua.

Pero por algún motivo no quiero hablar de eso en ese momento, apenas iniciamos la plática y ya estamos hablando de temas deprimentes.

—Por lo demás, me ha ido bien, las clases van bien, Hogwarts parece estar bien…

Asentí lentamente escuchándola, indignado ante la injusta situación que se estaba llevando a cabo. El Ministerio cada día me sorprendía más y no precisamente con cosas buenas.

—Convencerás al Wizengamot y yo te ayudaré a ello. Como metamorfomago, casi estoy esperando a que salga otra ley para perjudicarme a mí también, y como bien has dicho, ellos simplemente no ven la barbaridad que están cometiendo, por no hablar de injusticias —comenté tomando una de sus manos entre las mías—. No te preocupes por ellos, yo prometí ayudar donde pudiera, y me saltaré las leyes si con ellas ayudo a una criatura mágica, te lo prometo. Y ahora, ven, siéntate, y déjame relajarte —le dije con una pequeña sonrisa, llevando mis manos de sus manos a sus hombros, acariciando los brazos de camino a ellos, y una vez tenía en sus hombros las manos, comencé un suave masaje.

Aunque a mí también me preocupaba aquella situación, y sabía que le preocupaba a Susan, y que no pararía hasta arreglarlo, sabía que aquella chica tampoco quería gastar la cita en hablar de cosas deprimentes, así que me apresuré en intentar hacerla sentir mejor pues, además, estaba convencido de que pronto conseguiríamos convencer al Wizengamot, costara lo que costara.

La verdad es que aunque agradezco las palabras de Percy, convencer al Winzengamot de que ha hecho alguna estupidez es algo mucho más fácil de decir que de hacer, nada más hay que ver el historial de estupideces que cometieron en los últimos años que van encabezadas por el «Voldemort no ha vuelto, es sólo que Harry Potter quiere atención y Dumbledore está senil». Aun cuando una mujer tan eminente como McGonagall lo presida, no quita que yo piense que las nuevas leyes son crueles para algunas criaturas.

Y yo sólo tengo dieciocho años y Percy también. Mi tía tardó años en labrarse la reputación que tuvo hacia el final de su carrera y ni así se hacía escuchar algunas veces, así que no sé lo que haré.

—Algo haremos —medio sonrío cuando Percy empieza a darme el masaje—, aunque sea luchar contra molinos de viento. —Cierro los ojos para intentar relajarme, que es lo más sabio que puedo hacer en este momento. No estoy convencida de nada, pero sé que puedo intentar algo.

Siento el tacto de Percy y, definitivamente, me relaja el masaje que me da. Me hace pensar en cosas mucho menos deprimentes y más agradables, sólo para empezar y destensa mis músculos que están duros quizá por las preocupaciones y el exceso de trabajo.

Sonreí continuando el masaje con calma, ciertamente metido en mis pensamientos, y algo preocupado. Sabía bien que, si comenzábamos a meternos en temas de criaturas mágizas, o mestizos semi criatura mágica, si empezábamos a juzgar a los medio gigantes, veelas, semi veelas, vampiros, hombres lobo, semi hombres lobo, y etc, poco tardarían en llegar a los metamorfomagos, magos y brujas capaces de transformar partes de nuestro físico al placer, sin saber por qué exactamente, simplemente por pura herencia genética. Y yo no podía evitar que estaba dentro de ese pequeño grupo, y encima de sangre mestiza, casi estaba esperando que se metieran en aquellos lares.

De todas formas, no quería mostrarme preocupado, y no quería agobiar más a Susan de lo que ya sabía que estaba, el Wizengamot parecía decidido a seguir en sus trece, así que no iba a ser fácil convencerlos de efectuar ningún cambio en sus opiniones y mandatos, y aunque el futuro era incierto, sí tenía algo claro, y era que para mí resultaba gratificante y tranquilizador saber que pasaba lo que pasara, tenía a Susan de mi lado, y eso me bastaba para enfrentar lo que fuera. Además, afortunadamente no iban a faltarnos atenciones médicas mientras yo tuviera la formación que estaba adquiriendo, aunque en realidad fuera más reforzar todo lo aprendido de mi madre.

—Mientras estemos juntos, somos invencibles, Sue —susurré con total convicción, el Ministerio podía hacer lo que quisiera, este mundo había sobrevivido a cosas peores, y mientras no estuviéramos solos, seríamos mucho más fuertes—. No puedo prometerte nada respecto al Wizengamot o al Ministerio, pero hagan lo que hagan, estaré ahí contigo, pase lo que pase —admití sinceramente, pues era mi opinión verdadera, y no tenía ningún problema en aferrarme a esa, mi verdad.

Me gustaría creer las palabras de Percy, que juntos seremos invencibles, pero ni siquiera la Armada de Dumbledore fue suficiente cuando nos aferramos a ella y éramos más de treinta. Tener esperanzas, sin embargo, me parece muy bien, a veces en los tiempos más oscuros es lo único que queda y aferrarse a eso puede marcar una cierta diferencia. Sin embargo, con la influencia de mi tía, que no se caracterizó especialmente por su optimismo en los últimos años.

Solía hablarme mucho de su trabajo. Decía que no le gustaría que yo acabara en los tribunales o defendiendo lo indefendible, pero que eso era algo que llevaba en la sangre y que tarde o temprano, a pesar de mi caracter más blando y amable, acabaría haciéndolo.

—Me hará feliz que estés a mi lado —sonrío mientras continúa con el masaje. Aun así, me buscaré más aliados dentro, si es que puedo. El nombre de mi tía aun puede mover ciertas influencias y cobrar ciertos favores. Nunca aprendí a moverme en ese ambiente, pero lo haré sí hace falta—. Haces que me olvide de los problemas y el estrés, Percy.

No era difícil darse cuenta que, a veces, la vida nos trae problemas gordos, y la mayor parte de esas veces, no es difícil sentirse como si uno sólo fuera una vulnerable ramita en mitad de un bosque, fácil de ser derribada sin mucho esfuerzo, a la intemperie, sola ante el peligro. Simplemente existen todas esas situaciones en las que los problemas nos superan, pero todo era diferente cuando uno dejaba de estar solo, cuando tenías a alguien más ahí, a veces podía parecer que no, pero de verdad ayudaba.

Paré de hacer el masaje, y me senté frente a ella mirándola con una pequeña sonrisa. Simplemente mirándola, admirando sus facciones, contando sus pecas, contemplando el brillo de su pelo al sol, quedándome con cada ínfimo detalle, por si estaban contadas las veces que íbamos a vernos.

—Y tú haces que tenga una razón para levantarme por las mañanas —repliqué en un susurro, perdiendo la cuenta de cuántas pecas llevaba contadas, así que volví a empezar, y me detuve a observar el brillo de sus labios, y la forma de sus orejas, y la longitud de sus pestañas—. Te quiero, Sue.

«Te quiero, Sue.»

Cierro los ojos.

«Te quiero.» Que palabras más poderosas, capaces de hacerte sonreír en pocos segundos y de sentirte mejor. De recordarte que no todo está perdido y hay personas en el mundo que valen la pena. Cierro los ojos un momento, sin ver a Percy y esbozo la sonrisa más apacible que he esbozado en años, esperanzada. Puedo sentirme como un pequeño animal entre fieras, y probablemente lo seguiré haciendo, pero… estoy bien en ese momento. En ese preciso segundo todo es perfecto.

Finalmente abro los ojos y busco su mano en el mantel con la mía.

—Te quiero, Percy. —Entrelazo sus dedos con los míos, apretando un poco su mano, sonriendo—. No sé que haría en este momento si no me dieras ánimos.

«Qué difícil es encontrar personas que te animen en estos tiempos… ¿no es lo que dijiste, tía Amelia?», me quedo pensando. A veces aun deseo tenerla a mi lado, acompañarla al trabajo, oírla hablar y contarme cosas de las leyes, de los tribunales y de la vida. Historias del tío que jamás conocí y de como ella y mi padre fueron los únicos que sobrevivieron a la masacre de Lord Voldemort. «Ojalá pudiera presentártelo…, tía Amelia, te caería bien.»

La miré con una pequeña sonrisa, contento de que en lugar de mandarme a freír espárragos o cualquier cosa por el estilo de las que podía imaginarme pasando, le hiciera feliz lo que había dicho. Tan feliz como a mí me hizo que ella me dijera lo mismo más tarde, así que contemplé nuestras manos entrelazadas, y la miré cariñosamente, y la besé.

—Bueno, nunca voy a dejarte tirada cuando necesites ánimos —repliqué en un susurro sincero, rodeándola con un brazo por los hombros y besando su pelo antes de recostar mi mejilla en él.

Para mí, a pesar de los años, era desconocido ese sentimiento de confort, de paz y tranquilidad, no creía haberlo sentido nunca, no de verdad, y ahora llegaba aquella chica, Susan, que no conocía de nada pero cuyo camino de alguna manera estaba destinado a cruzarse con el mío, y me cambiaba la vida para bien. Me preguntaba qué pensaría Mackenzie de ella, esperaba que algo bueno, porque desde luego, nadie iba a impedirme estar con Susan.

—No sé si todo estará bien pero... lo que sea, lo enfrentaremos juntos —dije mirando las copas de los árboles, ramas entrelazándose sobre nuestras cabezas, ante la inmensidad del cielo azul.

«Nunca…»

No me gusta esa palabra. Mucha gente me la dijo en algún momento y mucha gente desapareció en la nada. No sé que hacer cuando la oigo porque me recuerdo a la tía Amelia sonriendo y asegurando que nunca se marcharía, pero se marchó y la asesinaron esa misma noche. Y así como como no me gusta el nunca, tampoco me gusta el siempre. Pero comprendo que muchas veces no se dicen por decir y a veces piensas que siempre estarás al lado de alguien o disponible para alguien. Por supuesto, la vida muchas veces decide que tiene otros planes.

La vida manda, no tú.

—Te agradezco eso —le sonrío—. No sé a qué nos enfrentemos, Percy, pero si estás a mi lado será mejor, incluso si no logramos o que esperamos.

O al menos, eso pienso. No me atrevo a asegurarlo, pero me gustaría que así fuera, que todo fuera mejor con Percy a mi lado, pero no quita que apenas lo conozca y no sepa exactamente que hacer a su lado. No sepa exactamente qué es lo que me llevó, en un momento dado, a conectar con él.

¿Pero eso nunca se sabe... o sí?

Nunca me había considerado de esos hombres que a la primera de cambio hacen mil y una promesas de amor eterno que Merlín sabe si cumplirán realmente algún día, y que después, lo más probable es que no las cumplan y que dejen a su "amada" engañada, triste y sola, en el cajón del olvido, o baúl, depende de la persona. Nunca me había considerado ese tipo de hombre porque no lo era, y porque esperaba no serlo nunca. Entre otras cosas porque en mi vida, ser sincero estaba entre mis prioridades.

Así que miré a Susan atentamente, acaricié su mejilla, y me sumergí en sus ojos con esos tiernos pero honestos pensamientos de no abandonarla nunca, porque no podría permitirme hacerlo.

—No tienes que agradecerme nada, Susan —repliqué en un susurro—. Eres preciosa, y eres una excelente persona. ¿Y sabes qué es lo mejor de todo? que lo eras mucho antes de conocerme, que conocerme no te ha cambiado, y por eso enamoras a la gente como yo. Porque cuando uno está bien se come al mundo. Y por eso no me cabe duda de que no importa cuán difíciles sean tus aspiraciones, que las coronarás sin apenas problema —le comenté con firme creencia en mis palabras.

—Me halagas demasiado, Percy... —le digo, sonrojándome.

¿Qué tal si un día descubre que no soy lo que piensa? No puedo dejar de hacerme ese tipo de preguntas, por mis propias inseguridades, simplemente no puedo. Quizá me está idealizando demasiado y eso me da miedo... Nunca me acabo de creer que yo le guste tanto a alguien, casi nunca. Siempre soy un poco incrédula, me sonrojo y me halaga, me hace pensar que soy una chica diferente y a la vez una voz dentro de mí dice que no es posible.

—Quizá un día deje de brillar tanto... —le digo—. ¿Me querrás entonces? —Seguro que me responde que nunca dejaré de hacerlo y eso es lo que yo quiero... pero a la vez, sé que nunca dejaré que mi luz se apague por voluntad propia—. Nunca esperé que alguien me quisiera tanto como tú.

No me duele confesarlo, es simplemente cómo digo lo que siempre ha sido un hecho. pero el caso es que Percy está allí, y tenemos un día de campo improvisado y todo es maravilloso, de momento.