[The Underground] Gothic Lolita (Autonarrado/abierto)

El lugar era un lugar underground, un var de mala muerte que no causaba la confianza en nadie. Y es que nadie sabía lo que se encerraba en su interior. El estilo Burlesque era algo llamativo, pero no era lo importante del show.

Aun allí, encorsetada, apretados sus huesos en parte para crear un aire de época y en parte porque sabía que en cualquier momento se caería por los dolores si no sostenía con ayuda su figura, delgada, lánguida, tensa, era... no era más que una sombra.

En ese camerino que tantas veces había visto el desgastado vestuario y los remiendos graciosos que le agregaba cuando no tenía nada más que hacer, en ese lugar donde gritó y lloró creyendo que no volvería a ver la luz del sol, que finalmente estaba lista para partir al más allá...

Era pequeña, se sentía pequeña, se sentía una pequeña e insignificante y con nauseas, este había sido un día demasiado largo, demasiado arduo y solo tenía este momento para si misma, encerrada en un closet entre los vestidos, llorando amargamente el miedo que la recorría, recordando lo que se sentía, las uñas clavándose en su cráneo en un intento de callar esa voz que se burlaba del endeble cuerpo que encerraba toda esta carga emocional que no sabía cuando había comenzado a sentirse tan confusa, realmente no sabía como había pasado esto. Los recuerdos eran borrosos entre los espasmos de llanto y dolor.

Sus padres habían muerto y ella había asumido su puesto como hermana mayor. No era sencillo, pero era posible. Había tenido que aprender a cuidar de su cuerpo que lentamente se consumía bajo el cáncer que poblaba sus células, los mareos y las nauseas siendo algo habitual, su falda constantemente variando los talles entre más chicos y más grandes al punto que toda su ropa acabó siendo demasiado grande, tan menuda que parecía deforme antes de que el último medimago le tratara.

Gimoteó bajo, arqueándose con nuevas nauseas. ¿Que había hecho hoy? Recordaba haber entrado al ministerio para otra sesión de humillación como si no bastara lo que se hacía a si misma, tener que observar como hombres mayores y jóvenes inexpertos seguían la curva de sus caderas impacientes por recibir un pedazo de esta criatura desagradable.

Golpeó la puerta del armario, apartándola como pudo, los brazos moviendo en desesperación cuando su cuerpo no lo resistió más y soltó lo que había en su estómago, un olor rancio subiendo a su nariz, una pasta uniforme blancuzca en el suelo del camerino. Eso era... era... el helado.

Los ojos se dilataron tratando de contener la memoria que se burlaba en su interior, no lo podía resistir, no quería, quería que lo soltara, la tela de araña que la envolvía dejara de dañarla, dejara de sangrar y poder ser ella misma nuevamente. Dioses, no podía, no podía pensar, sentía sus manos en su cuerpo o la vez que se reencontraron, la forma brutal en la que fue golpeada contra la pared aunque rogara, aunque le dijera que no, aunque quisiera separarse de su infancia, él nuevamente le había demostrado que simplemente no podía hacer nada para defenderse, que le pertenecía, aun en ese lugar.

Podía sentir las caricias en su mano y la mirada de disculpa mezclado con la fascinación obsesiva de un depredador de quien no podría escapar. Porque ella era una cierva plateada y él un lobo, no tenía nada que ver el uno con el otro salvo cuando el lobo la tomaba por el cuello y la asfixiaba demostrando ser el ser superior. ¿Por que lo hacía? ¿Por que lo hacía?

Porque podía, porque quería, porque no era más que una maldita bastarda masoquista.

Algo en ella siempre despertaba ante el recuerdo de él, algo tan oscuro que podía sentir que adaptaba su cuerpo a la naturaleza de la banshee, el cabello tiñéndose del negro de su raza mientras se arrastraba a cuatro patas como una infante, eludiendo el desagradable resto de ácido. Estaba... estaba muriendo, lo sabía, lo sentía.

Es por ello que se levantaba cada día, porque sabía que el sufrimiento no sería eterno, no viviría tanto como para dejar que él siguiera disfrutándolo, quizá era lo único que aun no podía perdonar, porque no sabía lo que aun sentía, lo que aun pensaba y al final del día... al final del día debía montarse al escenario y sonreír, un escenario imaginario o uno real, dar la nota era su trabajo, simular fortaleza era lo que hacía mejor y seguiría haciendo hasta el último día.

El violín fiel como siempre a su lado, suspirando mientras trataba de dejar de ser esa entidad desagradable, no era más que un fragmento de lo que debería ser...

La dama de Shalott nuevamente hacía aparición, plantando rostro al público.